Capítulo once. –Let me die –Parte I.
''Recuerdo la noche en la que conocí, te lo dije, te lo dije, yo te
odiaba y sentiste el peso del mundo caer sobre tus hombros''
Era la noche del día siguiente, estaba mirando una película cuando
recibió una llamada de Emma, preguntaba si podía ir a su casa para pasar el
rato, y como tan solo eran las ocho de la noche, dijo que sí.
Su padre no estaría hasta la media noche, y hasta entonces podría hacer
lo que quisiera. Le avisó que Diego quería ir, y Paula aceptó con gusto el
hecho de que él apareciera.
Aparecerían en una hora, en ese tiempo… Paula se daría un baño, y
arreglaría un poco su habitación.
Quince minutos después, salió con una toalla alrededor de su cuerpo, y
con el pelo suelto chocando contra su espalda.
Entró a su pieza tarareando una canción, y fue hacia el ropero para
tomar su ropa interior, y una blusa con un pantalón de mezquilla.
Tiró todo en la cama sin mirar hacia esta, y al darse media vuelta,
levantó la vista y soltó un grito ahogado. Llevó la mano a su corazón que
inició a palpitar con rapidez al saber que no solo Paula permanecía en el
cuarto.
Alzó una ceja, y luego, respiró profundamente intentando entender que
sucedía.
Él estaba ahí sentado en la cama con todo la ropa de Paula en su regazo,
y con una sonrisa estúpida en medio de su cara.
—Vale, esto se te ha vuelto una costumbre…
Él miró hacia los lados, y su sonrisa se amplió.
— ¿Qué cosa?
—Entrar sin preguntar a mí casa, Alfonso.
Soltó una risa leve, y dejó la vestimenta de Paula sobre su cama, y
separó de la misma caminando a por la castaña. La acorraló contra el armario y
su mirada bajó a todo su cuerpo que estaba cubierto por una toalla.
Paula, incomodada, bajó la cabeza.
— ¿Podrías irte? No puedes estar aquí. —Pidió Paula en un susurro.
Pedro la tomó del mentón.
—No soy como Sandy, no te haré daño.
—Nunca me has tocado un pelo, y lo sé pero, el daño psicólogo es mayor.
—Dijo mirándole directamente a los ojos. Paula, estaba teniendo un valor
extremo para hablar con él.
Al saber que Pedro no la golpearía, era más valiente. Cuando Sandy le
insultaba, no había palabras para que ella pudiera defenderse, de una u otra
manera le golpearía, y la podrían dejar tan mal que, capaz nunca pudiera
recuperarse.
Se acomodó la toalla, esta se estaba desatando del pequeño nudo que le
había hecho.
Pedro se acercó más a ella, juntando sus anatomías.
Paula quería alejarlo lo más rápido posible.
No soportaba tanta cercanía.
No soportaba que se mezclaran sus respiraciones.
No soportaba a la persona que tenía enfrente. Y tal vez, nunca lo haría.
— ¿Sandy te mando a qué vinieras aquí a humillarme? —Paula resopló
molesta sabiendo que eso seguro era verdad.
—No, vine por mi cuenta… Sandy no me manda, perrito. —Lo digo en tono de
burla, el ánimo de Paula explotó.
« Maldito imbécil. »
— ¡¿Por qué no te vas al diablo?! —Le empujó en el pecho, y trató de
tirarlo al piso pero no pudo hacerlo. — ¡Eres un estúpido! ¡Vete con tu maldita
novia!
Pedro la sostuvo por los hombros para que se calmara pero eso no
funcionó. Tiró de ella hasta dejarla sobre la cama, Paula estaba debajo de su
cuerpo, moviendo con cuidado con tal manera de que no se le viera nada, estaba
desnuda y una tela de felpa solo cubría su cuerpo.
Pedro tenía los codos en el colchón para mantener su peso en los mismos,
y no aplastarla a ella.
Miró su cara detenidamente, y una sonrisa apareció en su rostro. Paula,
estaba furiosa, molesta y totalmente loca, en cualquier momento lo ahorcaría
hasta que se pusiera violeta. No podía seguir él ahí.
Soltó una carcajada.
— ¿Qué?
—Me gusta tu cara de pensar, es… rara.
Paula se sintió aún más furiosa, y aún más molesta.
Sus ganas de ahorcarlo, se multiplicaron el triple.
Pedro salió de encima de ella, y caminó alrededor de la habitación
observándola. Las dos veces que había ido, nunca se había detenido a mirarla.
Se detuvo en cuadro que colgaba de un gancho, que tenía una foto dentro de tres
personas: Alejandra, Paula y Miguel.
La sacó de su lugar, y la tomó entre sus dos manos, miró a Paula, y vio
que estaba totalmente igual. Nunca había cambiado su cara, tampoco su sonrisa,
y menos su, pelo.
Pero sus ojos sí, en la foto estaban verdes, subió la cabeza
observándola, y sus ojos eran marrones.
— ¿Tienes lentes de contacto? —Preguntó alzando una ceja. Paula asintió.
— ¿Por qué?
Paula bufó.
— ¿Te importa?
—No, solo me pareció raro. ¿Debo repetirlo? No me importas Paula. —Dejó
el cuadro donde estaba.
Paula hizo una mueca con su labio, y se levantó de la cama, tomó su
ropa, y la acomodó.
— ¿Entonces por qué estás aquí? —Mordió su labio al ver que Pedro no
respondía.
No era que quería que se preocupara, solo le irritaba el hecho de que
entrara cuando quisiese a la casa, y que le insultara ahí, prio actuaba normal
como si nunca en su vida le hubiera lastimado, y luego… le daba con lo que más
le dolía: Las palabras.
Las palabras nunca desaparecen, quedan en la mente de la persona hasta
que se queda dormido, pero al despertar a la otra mañana, todo se repite en el
día. Las palabras parecen un eco, porque van y vuelven repetidas veces pero,
nunca desaparecen para siempre.
Y siempre tendría todos esos insultos, y recuerdos en imágenes en
movimiento pegados en su cabeza como si fuera algo que no quisiera olvidar
pero, era lo que más deseaba antes de dormir; que todo desapareciera, que nada
sea como lo era… pero, eso nunca pasaba, y capaz, nunca llegaría el día que
todo acabara para ella…
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Sigue →
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