Toda novela que es publicada en este blog son adaptaciones, nada me pertenece.
María

domingo, 2 de agosto de 2015

Novela Let Me Die - Capitulo 29

Capítulo veintinueve. –Let me die.

Pedro estaba sentado en el otro extremo de la cama en diagonal a Paula, ella le había contado todo porque necesitaba descargarse, quería ser un globo como su madre le dijo… No podía entender cómo es que recién ahora se acordó de eso. Ella le había enseñado un montón de frases antes de morir para poder sobrevivir para cuando sea grande por si no seguía viva… Y nunca había tenido presente aquellas que le ayudarían.

—Tu padre no me contrató ni nada por el estilo, Paula. —Le dijo, era la décima vez que le decía lo mismo.

—No te ofendas pero, no te creo.

Pedro chasqueó la lengua, y una sonrisa se extendió por su rostro. Sus mejillas tomaron un color más caramelo, y abrió la boca para decir algo.

—Si eso es así, ¿Por qué sigues aquí conmigo?

—Touché.

[…]

Eran las seis de la mañana cuando Pedro dejó la habitación por haber recibido una llamada de la madre preguntándole dónde estaba, y diciendo que realmente se preocupó por él… Paula realmente estaba agradecida de que él estuviera ahí con ella para escucharla cuando quería desahogarse.

Le despidió y lo primero que hizo fue mirar hacia la cama, y su mochila, cual agarró entre sus manos para sacar su celular. Veinticinco mensajes de texto, veinte llamadas, cinco mensajes de voz, y todas eran de su padre.

Canceló todas las opciones que tenía para devolver llamadas, respondes los mensajes, y oír los de buzón de voz… Solo quería dormir toda la tarde hasta que se sintiera bien aunque, nunca lo haría. ¿Cómo podía, después de esto, mirar a su padre a la cara? ¿Cómo podría EL hacerlo? No tendría el valor de caminar por los pasillos sin tener miedo de encontrarse con Emma.

Ojala nunca hubiera pasado nada de esto.


Paula cogió su mochila y fue al baño, en unos de los cinco bolsillos pequeños tenía una navaja sin usar, poseía una gran colección de aquellas. Cuando la encontró, la miró por un rato hasta que se la clavó en la muñeca sin compasión sobre ella misma, la lanzó como una navaja es lanzada, hizo un trazo desde el inicio de la muñeca hasta el antebrazo, y como siempre, las lágrimas cayeron al igual que las gotas de sangre contra el piso… Contra el piso duro, y frío.

Novela Let Me Die - Capitulo 28

Capítulo veintiocho. –Let me die.


“Tienes que ser como un globo, Tienes que volar en libertad, como si solo fueras tú y el aire. Los problemas tienen que quedarse fuera de tu cabeza. Debes ir, explorar, conocer siempre estando libre porque eres una persona y mereces eso”


Paula no entendía por qué la vida era tan injusta. Nunca le había hecho nada a Sandy y sin embargo, ella le molestaba. Nunca le había hecho nada a su padre y él le mentía.


Estaba dentro de una habitación con Pedro en uno de esos hoteles para una sola noche en medio de la ruta, Paula se encontraba sentada en la cama, y los brazos del chico le rodean por todo su cuerpo, dándole protección.

Se sentía mal por dos cosas: su padre le había mentido, había contratados a dos chicos para que le hicieran vivir la típica vida adolescente que toda chica quiere disfrutar y después, estaba Pedro.

Él, desde hace poco, le había empezado a tratar bien y de vez en cuando hablaba con Pau en los pasillos o sala del Instituto, le tomó aprecio, y Paula le trataba mal… Pedro está con la castaña en ese momento, haciéndola sentir que no está sola, y la sensación de arrepentimiento formó un nudo en su garganta.

—Perdón. —Dijo Paula saliendo del pecho de Pedro.

— ¿Por qué? —Él frunció el ceño, bajando la cabeza hacia ella. Era mucho más petisa que Pedro.

Paula se quedó callada pensando en sí decirle o no, no quería que él supiera que le tenía una pizca de cariño. Era raro: nunca habían sido amigos, y él le trató mal, y después Pedro se unió a lo que era la amistad de Emma y Paula… Un pensamiento atravesó su cabeza: ¿Él también era otra mentira? ¿Era el otro proyecto de Miguel? Observó sus ojos, y luego su expresión. No sospechó de Pedro pero realmente no podía confiar en nadie… La vida está llena de gente que siempre te va a lastimar, y no importa lo que trates de hacer para evitarlo, las cosas hirientes que te escupen las personas o tú misma siempre quedan rebotando en la cabeza como si fuera una pelota de futbol. Recordó una frase que su madre siempre le decía antes de ir a dormir pero, ella era tan pequeña que nunca la entendió, y ahora se había detenido a pensarla.

“Tienes que ser como un globo, Paula… Tienes que volar en libertad, como si solo fueras tú y el aire. Los problemas tienen que quedarse fuera de tu cabeza. Debes ir, explorar, conocer siempre estando libre porque eres una persona y mereces eso.”

Se había quedado en silencio por unos minutos, y Pedro permanecía sentado mirándole. Cuando volvió a la realidad, él seguía de la misma manera que antes. No le respondió la pregunta que le había hecho, quería saber si todo lo que hacía era porque su padre lo había contratado o si de verdad lo hacía porque, de algún modo, le importaba.

—Respóndeme algo con toda la sinceridad, ¿vale? —Le dijo ella levantándose de la cama.

Empezó a caminar alrededor de la pequeña habitación, se sentía asfixiada, abrió la ventana y dejó correr el aire. Pedro soltó una risa.

—Suéltalo.

— ¿Mi padre te pagó o algo para que tú te acerques a mí?

Pedro arrugó la frente, y juntó sus cejas sorprendido por la pregunta que había escuchado. Se pasó una mano por el pelo, y siguió de la misma manera. Negó con la cabeza. Paula pensó en que, tal vez, era muy buen actor pero, una parte de ella confiaba en que eso no había pasado pero la otra le gritaba que sí.

— ¿Por qué lo preguntas, Paula? —Dijo en una voz muy suave como el terciopelo.

Enfrentó sus ojos contra los de él. No debería contarle, ella todavía no lo aceptaba del todo porque, o sea, su padre le había mentido y a las personas que les confío lo que les estaba pasando solo la vieron como un proyecto para poder ganar dinero fácil. Solo tenían que fingir que les importaba, tenían que decir cosas bonitas, tenían que animarla a vivir la vida cuando Paula no quería eso.

La vida era una mierda.

Caminó hasta la ventana y recostó sus brazos en el picaporte blanco que poseía para ser decorado, aunque digamos que no era muy lindo, sólo era un lugar para quedarse por un día y luego, conseguir un apartamento o solo volver a la casa.

Minutos después, escuchó pasos de alguien acercarse, sabía que era Pedro porque era la única persona ahí mismo con ella. Se apoyó contra la ventana, que era amplia, y le volvió a preguntar por qué le preguntó eso. Paula hacía sus esfuerzos para no llorar cuando pensaba eso, como necesitaba a su madre en este momento, capaz si ella todavía siguiera viva, nada de esto estuviera pasando… Ella era el ángel alegre de la familia, siempre iba a hacer eso.

Y como siempre, las lágrimas caían por sus mejillas empapando su cara, no hizo nada para que estas se fueran de la misma. Pedro metió las manos en sus bolsillos, y le miró.
Paula abrió la boca para hablar, y se giró para ver la cara de Pedro, en sus ojos vio que no sabía qué hacer con todo esto, al parecer era la primera vez que veía llorar a una chica de esta manera y también, vio pena. Era lo último que la gente sintiera por ella: pena.

Todos siempre sentían pena, pena, y pena.

—No sientas pena.

Novela Let Me Die - Capitulo 27

Capítulo veintisiete. –Let me die.

''Me estas controlando, causas en mi sensaciones que no cualquiera causaría''

De esa salida, su padre no se había enterado aunque cuando encontró todo el sistema roto pensó en que su hija se había escapado ese día pero, Paula le hizo creer lo contrario.


Las semanas pasaban totalmente lento, y el mes de castigo no terminaba nunca. Pedro cumplió con lo que había dicho la última noche que tocó la habitación de Paula, a todos lados le seguía, y lo peor de todo es que ella compartía clases con Sandy, y el miedo cuando quedaba sola se apoderaba de su cuerpo… Ella no le hizo nada, nunca le lastimó.

La castaña corría por las puertas del Instituto para salir de ahí lo más rápido posible, pero Pedro estaba contra el auto con los brazos cruzados sobre su pecho.

Paula bufó, y pensó en la idea de ir caminando hacia llegar a su casa que no estaba lejos pero, el auto era de su padre, y lo necesitaba para ir a trabajar en la tarde así que, lo ignoró.

Le trababa la puerta y por eso, no pudo ignorarlo como su mente le reclamaba aunque, en parte quería que le hablara… Su voz era seductora.

— ¿No vas a decirme permiso?

Ella le ignoró, intentaba empujarlo pero, él era tan fuerte que eso no era posible.

—Oh, vamos… ¡Estuviste todo el día pegado como un gran dolor en el trasero! —Le gritó, y le empujó de nuevo, se movió dos centímetros pero, eso no servía para poder entrar al coche.

—Me gusta saber que soy la razón de tu malhumor.

—Eres un hijo de puta, ¿sabías eso? —Abrió la puerta trasera, y tiró su mochila, buscó la llave del auto y volvió a cerrar la puerta. —Muévete.

Pedro negó con la cabeza, y acomodó sus lentes de sol. Era irónico, estaba nublado, no había Sol, el cielo estaba completamente gris, y el chico usaba lentes…Paula no entendió si lo hacía para conseguir más chicas porque se veía realmente bien o porque de verdad tenía un gran problema.

—Vale, te resumo esto: Mi papá se tiene que ir a trabajar con el auto, y yo estoy aquí sin poder salir porque un chico —Le señaló. —, está bloqueando la puerta. Así que, permiso. —Pedro se quedó inmóvil. Paula empezaba a perder la poca paciencia que tenía.

Pedro le sonrió, y le corrió un mechón de la cara, la castaña se movió de costado alejándose de él. Fue a la puerta del copiloto, y tiró de la puerta pero, no abrió. La soltó, y tiró de nuevo… Pedro tosió, y sacudió la llave del auto en su mano. Paula tocó su cintura, y vio que las llaves habían desaparecido.

—Imbécil. —Susurró.

Pedro soltó una risa y caminó hacia su coche. Paula corrió detrás de él, y le tomó el brazo dándole la vuelta para que lo mirara. Agarró su mano, y tiró de la llave, prácticamente, se la arrebató. Dio media vuelta, y Pedro llevó las mismas a la cintura de la chica y la devolvió donde antes. Sonrió de lado, y Paula le quitó los lentes y también sonrió.

—No te quejas de esto, ¿o no?

—Suéltame o te los rompo.

Pedro negó con la cabeza, y le acercó más. Un pedacito de la parte superior de los lentes se rompió, y Pedro se mordió el labio. Iba a soltarla, pero tenía mucho más lentes en su casa, y le gustaba el contacto que estaban teniendo.



Era sábado por la noche cuando Diego y Emma tocaron a la puerta. Paula todavía se estaba preparando, pero su padre les abrió la puerta, Miguel les había invitado a una cena porque quería conocer a las personas con la que su hija se relacionaba… Lo peor de todo es que él los conocía perfectamente.

Paula terminó de colocarse su perfume y salió de su habitación sin hacer ruido. Quería escuchar la conversación que estaban teniendo, Emma era muy buena entablando charla con cualquier persona que estuviera alrededor así que el tema podía ser desde el último partido de soccer hasta las siguientes fiestas de fin de año pero, nada de lo que pensó era el tema del cual conversaban.

—No quiero que mi hija desobedezca, ¿vale? No te llamé a ti para que seas de mala influencia, Emma. —Le dijo, y le señaló con el dedo índice. —Y tú, Diego, debes ser más inteligente, sé que Paula no se junta mucho tiempo contigo por más que sean “novios” o lo que sea. —Hizo un mohín con la mano derecha, y luego, llevó una mano a su cadera. —Les pago para que ayuden a que tenga una vida de adolescente, pero no de esta forma, chicos. No hacen el trabajo tan bien, ¿sabían?

« Les pago… »

« Trabajo. »

Paula ahogó un grito, y sus lágrimas amenazaron con caer de sus ojos. Su padre, quien era la razón por la que seguía viva, había hecho todo esto. Emma no le habló por casualidad, Diego nunca dijo las cosas con sinceridad. Paula tenía un broche en su mano que cayó cuando escuchó la conversación, y este rodó por las escaleras. La vista de las tres personas en esa cocina se volteó donde ella, y la castaña volvió a su habitación, cerrando la puerta con llave.

No había visto la cara de las tres personas que se habían vuelto importantes en la vida, pero sabía que quería evitarlas lo más pronto posible.

Estaba tomando decisiones apresuradas pero, no era lo importante en ese momento. Tomó una mochila, ropa que tenía tirada por el armario, dinero y las llaves del auto. Volvió a abrir la puerta, y su padre estaba parado con Emma y Diego a los costados. Salió corriendo hasta la puerta, pero fue detenida por la rubia.

—Paula, Paula escúchame, por favor… No es…

—Oh, no me digas las malditas frases de todas las malas películas de la vida, Emma. —Le dijo, y abrió la puerta, tiró de ella y salió.

— ¡Paula! —Gritó una voz grave, era su padre, reconocería esa voz hasta dormida. No podía escucharlo hablar, en ese momento, odió ese sonido. —Déjame explicarte…

Paula negó con la cabeza, sin ni siquiera dar la media vuelta para hacerlo. No podía ver sus ojos, su padre quien siempre había estado, de una manera, para ella, ahora era un completo desconocido. No lo veía nunca, le retaba, le castigaba, y le hacía sentir de la peor manera.

—No puedes explicar nada, tengo todo claro, Miguel. —Le dijo.

Caminó hacia el auto, y abrió la puerta metiéndose dentro. Encendió el carro, y se fijó sobre su hombro en el vidrio trasero para ver si algún auto atravesaba la calle, y cuando no fue así, dio marcha atrás… Y salió por la casa.

— ¡Paula! —Escuchó el grito de su padre, y lo último que vio, fue su reflejo.

[…]

Había pasado tres horas desde que conducía por aquella autopista, no sabía a dónde iba. Estaba totalmente perdida, su cabeza daba vueltas, y tenía lágrimas cayendo por su mejilla. Su maquillaje se corría cuando caía cada una de estas. Vio una estación de servicio, y fue a parar en esta, tenía solo un número al cual llamar pero, no quería hacerlo. Eran la una de la mañana de un sábado por la noche, Pedro estaría de fiesta o follando por ahí con Sandy o cualquier otra zorra… Necesitaba saber dónde encontrar un hotel, y quedarse ahí por un tiempo.

Sacó su celular, y buscó en sus contactos el número para llamarlo. Sonó una vez, dos, y cortó. No iba a hacerlo.

A los minutos, alguien le estaba llamando… Era el mismísimo Pedro Alfonso al teléfono, dejó pasar uno, dos, tres tonos, y decidió contestar. Intentó que su voz sonará lo más normal posible pero, estaba rota, quebrada, hacía solo unas tres horas y media se enteró de que las personas que siempre son importante te fallan, no se podía confiar en la gente porque todo era una gran mierda, su vida era una gran mierda, y siempre sería así. Estaba destinado a ser así, las cosas no cambian, y la suerte de Paula tampoco lo haría.

— ¿Paula? —Preguntó la voz de Jorge, parecía dormido.

Ella hizo un ruido a través del teléfono, y lo alejó de su oído. No podía hablar, estaba ahogada entre sus lágrimas, y su nudo de garganta.

—Paula, ¿estás bien?

—No. —Logró susurrar.

—Bien, ¿Dónde estás?

Cuando le había dicho donde se encontraba, cortó el teléfono y se recostó en el asiento en el que se encontraba, hacía frío, y la calefacción no andaba.

Mierda.

Nada le salía bien.

Cogió la cazadora de su mochila, y se colocó, con la manga de esta limpió el ojo derecho, y luego el izquierda. Tenía unas grandes ojeras, y al entender que era lo que estaba pasando en su vida, sintió una gran necesidad en su interior de tomar una navaja y pasársela por sus brazos, viendo la sangre correr hacia todos los lados.

—Mi vida es una mierda.

Tenía unas uñas que eran lo bastante largas y filosas, por lo que empezó a acariciarse la muñeca hasta que esta quedó roja y con algunos rasguños. Odiaba esto. Odiaba su vida. Odiaba ser ella. Odiaba no tener a nadie.

[…]


Pedro abrió la puerta del auto de Paula como a las tres de la mañana, había tardado dos horas en ir hacia ella, pasando por alto muchos semáforos, quería estar con ella. No sabía que le había pasado, pero no iba a presionarla. Quería que ella tuviera el valor, y la confianza suficiente para contarle que era lo que pasaba. Le tocó el brazo, y la despertó. Cuando ella le vio, salió del mismo, y se acurrucó en su campera. Le vio a los ojos, él también tenía ojeras pero solo por haberse levantado a la madrugada para ir a buscarla. Pedro capaz no sabía lo que estaba haciendo por ella, pero Paula sí, sus ojos volvieron a arder, y las lágrimas comenzaron a caer, el chico rodeó sus brazos alrededor de ella, y la castaña dejó su cabeza en su pecho, llorando como si hubiera perdido todo, aunque, realmente había perdido todo.

Novela Let Me Die - Capitulo 26

Capítulo veintiséis. –Let me die.

''Ella no quería morir, ella quería vivir pero feliz''


Mierda.

Mierda.

Triple mierda.

Bajó las escaleras sin los zapatos, y con el pelo todo alborotado. Miguel, esperaba impaciente en la cocina con una taza de chocolate caliente en las manos. Al ver el reloj de la cocina, vio que era demasiado tarde: Las cuatro de la mañana. Él le había dicho que se quedaría a dormir en un hotel. Pau hizo una mueca al entrar donde su padre.

—Antes que me castigues o me digas algo… Lo siento, no sabía que iba a llegar tan tarde, y tampoco tenía planeado ir de fiesta, sólo quise acompañar a Emma ¡Además! —Dijo con un tono de emoción. —Tú quieres que tenga una típica vida adolescente, y esto es lo que hacen las adolescentes…
—Me alegro que entiendas, ahora… —Junto sus manos en la mesada. —Castigada, un mes, sin salida, sin citas, sin tu novio, y solo pueden venir a casa pero, tú no sales… —Le señaló con el dedo, y luego dio media vuelta. —Que descanses. —Besó la cabellera de la chica, y estaba a punto de salir por la puerta cuando el gritó de su hija le penetró por los oídos.

— ¡¿QUE?! ¡Estoy a salvo, papá! No hagas esto.

—Pau, tú no eres de salir, no te puedes quejar. —Se dio media vuelta, y siguió caminando.

—Pero quiero hacerlo, si quiera a la tarde para ir con Diego o Emma…

Su padre hizo un ruido con la boca negando esa petición, tomó otro sorbo de su chocolate caliente, y lamió sus labios.

—Un mes. Castigada. Sin citas. Sin salir. Sin Diego.

……………

Una semana. Una puta semana. Sólo eso había pasado del castigo, y cada día pasaba más lento de lo normal. Su padre nunca estaba en la casa, pero la tenía totalmente vigilada. Colocó cámaras por toda la casa, y activó unos sensores para que Paula, si tenía ganas de salir a la tarde, no pudiera hacerlo… Cada vez que atravesaba alguna puerta o ventana, la alarma sonaba y la hacía volver a entrar a la casa.

Ella estaba rodeada por todas las paredes de la casa, sin poder salir. Sólo su padre sabía cómo desenchufar todos los cables de esta cosa mecánica. No sabía, más bien, no tenía la más pálida idea de que Miguel hiciera tal cosa, por un momento llegó a pensar que realmente estaba loco, pero era su padre… Aunque no lo entendiera, quería hacerlo.

Cada vez, que llegaba desde el Instituto a la casa, y pasaba la puerta, se escuchaban unos sonidos que aseguraban que si salía, la alarma sonaría.

Una tarde, mientras leía un libro que encontró por ahí que no era para nada interesante, alguien tocó a su ventana. Era Pedro. Siempre ahí, espiando y molestando. Una sonrisa se atravesó por sus mejillas. No le esperaba.

Llegó a la misma, y la abrió. El chico pasó y se sacudió.

—No puedes estar acá.

Pedro sonrió con su hermosa sonrisa torcida.

—Si puedo estar acá… —Se sacó su gorra de beisbol, y se la acomodó. —Tengo un plan, ¿quieres participar?

Paula cerró su libro que todavía lo tenía en mano, lo tiró sobre el escritorio. Dio media vuelta, caminó a la cama, y se sentó. Le ofreció un lugar a Pedro, quien se quedó parado.

—Cuéntame. —Pidió Paula.

—Estás castigada por un mes, ¿cierto? —Paula asintió frunciendo los labios. — ¿Sabes lo que hacen los adolescentes cuando están castigados y sus padres no están en casa? —Paula negó con la cabeza, y Pedro formó una sonrisa. —Se escapan, y ahora es tu turno.

—Lo pensé pero… ¿sabes algo? ¡Estoy rodeada por cámaras! —Exclamó frustrada, su padre estaba loco, completamente.

—No lo creo… Una gran persona, si puedo decir, sacó todos los cables que conectaban las cámaras y las alarmas, no hay nadie que te detenga, excepto tu misma.



Hubo un trayecto de una hora hacia un lugar desconocido donde Emma le esperaba a Paula, y a Pedro. Cuando llegaron, eran como las seis de la tarde, había una pequeña fiesta de tarde en un lugar como un parque pero sin ser uno, digamos que tanto como la rubia y el chico tenían contactos por todos lados, y siempre estaban invitados a fiestas donde podían llevar acompañantes, y en este caso a Paula.

Ella vestía unos pantalones de cuero negros, con sus converse, y una remera holgada que decía “Freedom”, su madre de la compró unos días antes de morir. Fue el último regalo que le hizo, y el último que alguna vez, le volvería a hacer.

Cada vez, anochecía más, y más. La rubia y la castaña bailaban al ritmo de la música, mientras Pedro estaba por ahí con una chica bailando totalmente apretados, realmente, esas escenas a Paula no le gustaban, daban asco. Las mujeres dejaban tocarse por hombres que apenas conocían, y hombres, quienes tienen novias, toquetean a cualquier chica que se les cruce por el camino siempre y cuando tengo unos grandes pechos, y un grande trasero.

Paula agradeció ser tan alejada del resto para no ser de esa forma, a veces Emma daba a pensar que era de esa forma pero, ella siempre se dejaba tocar por un chico, si él era su novio. Aunque, en parte, no estaba bien… Dejarse tocar por cinco o más chicos en tres años.

Eran como las nueve de la noche cuando, Emma y el chico misterioso de la otra vez, empezaron a moverse una contra otro. Paula dejó aquel lugar, y caminó hacia otro lado donde no se escuchaba la música, y no había nadie o eso pensaba.

Escuchó unos pasos por detrás de ella, cuando giró la cabeza no había nadie. Y por el lado izquierdo, volvió a sentir la presencia de una persona, podía ser cualquiera.
Iba a hablar pero, prefirió callarse.

Alguien salió corriendo por detrás de un árbol, y le tiró al piso golpeando su cara contra el pasto, que estaba un poco mojado por el rocío de hacia unas horas.

—Te callas porque, juro que te perseguiré hasta tu último maldito día, estúpida. —Le susurró una voz femenina, tan conocida… Sandy. —Así que te ves con mi novio, hija de puta.

Le soltó el pelo, y se levantó de arriba de ella. Paula dio media vuelta en el piso, tenía los ojos llenos de lágrimas. Se había lastimado, su nariz sangraba.

Escuchó el grito de su nombre a lo lejos, era la voz de Pedro.

—Escúchame bien… Vas a decir que te caíste, pero, créeme que voy a vengarme.

Se volvió a esconder, y Paula quedó tirada en el piso, hecha una pequeña bolita, estaba lastimada, había caído con las rodillas en el pasto, y eso era totalmente doloroso debido a que estaba duro, y no era blando.

Pedro llegó a su lado, y al verla de esa manera, se fijo por los costados pero, nadie estaba cerca. Se agachó, y la tomó entre sus brazos… A unos dos metros, vio un banco y con un paso rápido, llegó hasta ahí donde depositó a Paula.

— ¿Qué pasó? ¿Quién te hizo esto? —Preguntó, acomodándole el mechón de la cara.
Paula sólo negó con la cabeza, y se sentó en la banca. Empezó a llorar mientras que, con la manga de su remera, se limpiaba su nariz, de esta salía sangre… Mucha sangre. Pedro la abrazó, y cuando Paula tenía su cabeza en el hombro del chico, Sandy apareció de espalda, y le miró por unos segundos hasta salir corriendo.

Tenía miedo, mucho miedo, y tendría que hacer todo lo posible para alejar a Pedro de su vida. No era la clase de persona que ella creía, pero, si alejarse de él, la mantendría a salvo eso haría.



Entraron a la casa por la ventana, y Pedro estaba a punto de irse cuando Paula le detuvo, pidiendo que se quedara unos cinco minutos más porque tenían que hablar.

—No quiero que nos veamos más. —Le dijo, más bien fue como una súplica.

Pedro frunció el ceño, y después de unos segundos, sonrió, pensó que era una broma. No se llevaban mal y de la nada, le dijo esto.

— ¿Qué? —Preguntó Pedro.

—Lo que escuchaste, no quiero verte más.

Pedro tragó gordo, las esperanzas de que fuera una puta broma se habían ido y por el tono de voz que Paula utilizaba sabía que hablaba seriamente. Se sentó en el escritorio, y cruzó sus brazos.

— ¿Por qué dices esto?

—Solo, quiero que te alejes de mi vida, no quiero tener nada que ver contigo, Pedro, ¿vale? Es por nuestro bien. —Le dijo, y se sentó en la cama.

Pedro agachó la cabeza, y mordió su labio.

—No puedo irme así como así, ¿sabes? No se si te habrás olvidado pero, me importas, y cuando alguien…

— ¡Te quiero lejos! ¡No te quiero tener cerca! ¡Entiéndelo! Ponte en mi lugar una sola vez… No sabes que se siente hablar con la persona que te dejó millones de marcas en toda tu alma. —Le exclamó. Tenía ganas de llorar, no porque le decía tales cosas a Pedro, sino porque traía recuerdos totalmente feos. Así unas semanas que no tocaba sus navajas, que sus muñecas estaban libres… Y ahora, estas parecían abrirse de a poco.


—Si piensas que voy a dejarte, te equivocas, Paula.

Novela Let Me Die - Capitulo 25

Capítulo veinticinco. –Let me die.

La fiesta había terminado, y la mayoría de las personas se habían ido. Paula manejaba el auto de Emma quien reía en el asiento de Copiloto. Pedro iba en el asiento trasero, le pidió a la castaña si lo podía dejar en su casa, ya que su auto se había roto… Emma se sentó recta contra el respaldo, y prendió la radio a todo volumen, empezó a gritar la canción que sonaba, Paula no soportó tal ruido, y la apagó. Cuando la rubia iba a quejarse, unas sirenas de policía aparecieron detrás del coche.

Mierda.

Paula no tenía licencia para conducir este auto, no era de ella… Además, tenía diecisiete, era menor de edad y lo peor de todo, que no era muy buena mintiendo cuando no conocía a la persona. Supuso que Emma tampoco tenía su licencia en su cartera ya que, era demasiado irresponsable. Paula paró a un costado de la carretera, y le pegó una cachetada a Emma para que despertara de su maldita nube.

—La policía nos va a arrestar si no cambiamos de lugares, y haces que tú estás conduciendo, Emma. —Le dio un sacudón, y Emma abrió los ojos muy ampliamente.

— ¿La policía? —Preguntó, y vio las sirenas por el vidrio trasero, y entonces, entendió. — ¡Paula! ¡Muévete!

Pero, cuando quisieron cambiar de asientos, el policía ya estaba contra la ventana, y le había dado unos golpes para que estas la bajaran, y así fue lo que hicieron… Bajaron la ventanilla, y el señor que tendría unos cincuenta años apareció con todo su traje, y placa con nombre y apellido.

—Licencia, por favor.

Emma se la pasó a Paula desde su bolso… No sabía que la tenía, y cuando el policía, notó que la chica que conducía no era la misma que la foto, prendió su radio y habló con la estación. Paula quería pegarse un tiro, literalmente. Su padre iba a matarla.

El señor caminó hacia su auto, y la puerta de Emma se cerró.

—Tengo la patente, la arranqué del auto… ¡Arranca a toda velocidad!

— ¡¿Qué?!

— ¡Mujer, arranca el auto! —Le gritó con furia, y Paula apretó el acelerador…

La velocidad del coche empezó a subir, iban a unos 100km/h, el ruido de las sirenas todavía se escuchaba, así que, doblaron en la primera calle que pudieron, y cuando encontraron un callejón, estacionaron el coche… Apagaron el motor, y Paula soltó el volante. Nunca había hecho eso en toda su corta vida, y no tenía ganas de volver a intentarlo por más que hubiera sido divertido.

Pedro sonrió de lado cuando él auto freno y pegó un grito de alegría, Emma le copió la acción, Paula se recostó contra el asiento respirando con tranquilidad.

Ambos dos estaban locos por gritar como si su equipo de futbol preferido hubiera metido un gol y hubiera ganado una de las copas del Campeonato Local.

—Nunca más salgo de fiesta contigo. —Le señaló a Emma, y luego, giró sobre su asiento para señalar a Pedro. —Y tú, que supongo que eres un gran mentiroso, me hubieras ayudado a salir de esa sin tener que haber ido a tanta velocidad…

— ¡Oh, vamos! Fue totalmente divertido, Paula. —Exclamó Pedro con un tono alegre en su voz.

— ¡Fue asombroso! ¿No te divertiste? —Emma le golpeó en el brazo.

—Ustedes dos… Son las personas más dementes del maldito planeta.



Habían dejado a Pedro en su casa, y Emma se había quedado dormida todo el trayecto hasta la casa de Paula… Cuando entraron a la misma, todas las luces estaban encendidas. Y Miguel apareció por la puerta de la cocina cuando, la principal se cerró con fuerza debido al viento.

Una Emma borracha entró por la misma, y una Paula totalmente consciente también.

Tal vez, no la encontró en la cárcel por haber estado conduciendo un auto que no era de ella con una borracha y un estúpido chico que solo quiere divertirse pero, la encontró entrando a casa a escondidas y eso, nunca era bueno.

La observó de arriba abajo, tenía un vestido corto, y unos zapatos demasiado altos. Su padre quería que ella tuviera una vida de una vida de una chica adolescente pero, no deseaba que fuera de esas mujeres que salen sin avisar, y que nunca respetan las reglas.


—Ayuda a Emma a subir a la habitación, y después baja. —Le ordenó. —Tenemos que hablar.

Novela Let Me Die - Capitulo 24

Capítulo veinticuatro. –Let me die.

''Veía en tus ojos, algo que en los de ninguna otra podía ver''


Don’t stop party de Pitbull sonaba por los inmensos gigantes en toda la casa. Hace una hora que Paula bailaba con Emma, quien le obligó a ir a mover un poco las caderas. Cuando un chico, llegó por detrás y tomó de la cintura a la rubia, Paula se marchó, no era una bonita escena debido a que, el trasero de su amiga se movía contra el sistema reproductor masculino del chico.

Pidió un refresco, y se sentó en la barra al lado de una chica que estaba muy al descubierto, los chicos pasaban y le silbaban además de gritarles algunas cosas, ella parecía ignorarlos aunque algunas veces, les gritaba en respuesta cosas como: “Imbéciles.” “Ve a gritarle a tu madre.” Desvió su vista de ella, quien miraba su celular, y la elevó para mirar a Emma besar a ese chico.

Un chico pasó sus brazos por los hombros de Paula y los juntó delante de su cuello, después besó su cabellera. Por un momento, pensó que era Diego pero, al mirar sus brazos llenos de tatuajes supo que no era él… Se alejó de aquella persona, y cuando giró para mandarlo al diablo se encontró con Pedro, quien tenía una sonrisa torcida en su rostro.

—Imagínate siendo viejo con todos esos tatuajes.

— ¿Tú no tienes tatuajes? —Preguntó Pedro aún con la sonrisa en cara. — ¿Ni siquiera uno? —Se paró frente a ella y le miró a los ojos. No tenía lentes de contacto porque ya no los necesitaba, y ahora, podía verse su color natural en estos: el verde.

—No, ninguno. —Mintió.

—Paula, lo veo desde aquí, está en tu espalda.

Ups.

Se había olvidado completamente que ese lado de la espalda estaba descubierto. Siempre le había gustado ese tatuaje, se lo hizo como regalo de quince hace unos dos años. Decía “Free” en cursiva, tal vez a todos le parecía lindo pero, nadie sabía el significado de tal… Ser libre y podes hacer lo que quieras, ser libre sin tener que vivir con el miedo de que te lastimen en el Instituto, ser libre de cada insulto provocado por su mente… Solamente, ser libre en todos los aspectos que pueda haber de Libertad.

—Free —Dijo Pedro pensativo—. Sé que tienen algún significado importante para ti, pero no sé cuál.

—No lo sabrás, sé que tampoco quieres averiguarlo. —Le sonrió, y se paró de la barra con su refresco en mano para salir de la casa por unos minutos. Hacía mucho calor, y la música estaba muy fuerte, apenas se podía hablar sin gritar.

Sintió una cazadora cubrir sus hombros, y también como unas se apoyaban en estos. Sabía que era Pedro, y no soportaba tenerlo cerca, podía ser bueno hablar con él un minuto, dos o hasta cinco pero luego de eso, a Paula no le parecía genial. Era el tipo de chico que quería evitar, y cada vez le costaba más.

—No la necesito. —Se la estaba por sacar cuando Pedro la detuvo, negando con la cabeza. Sacó sus manos de sus hombros, y Paula se deshizo de la cazadora.

—A ver, Alfonso, arreglemos esto: No te quiero cerca, ¿ok? —Sonrió, nunca pensó que estaba siendo tan mala como la gente lo era con ella. —Me refiero a que, no tienes por qué acercarte a mí, yo soy una molestia para todas las personas, no quiero serlo para ti, ¿vale? —Se dio media vuelta, sin dejarle responder pero, él si le respondió. Realmente le gustaba esta chica.

—No quiero estar lejos de ti… Me siento una mierda por haberte hecho todo lo que te hice, y cuando trato de acercarme, me tratas mal, lo entiendo y lo merezco pero… duele. —Dijo, y Paula solo se quedó parada en seco. No le gustaba que se lo hicieran a ella pero, ella lo hacía pero, no tenía la intención de lastimar era solo que, el dolor, las marcas estaban totalmente aferradas a su corazón que no podía confiar en aquellas personas que alguna vez, le lastimaron.

—Lo siento, lo siento… Pero, no es fácil olvidar ¿sabes? Yo no puedo olvidar cada palabra, cada insulto, cada golpe por más que no fuera físico. —Sus ojos empezaron a brillar, ardían. No iba a llorar, no, no iba a hacerlo. —Lamento que tenga que hablarte de esta manera, pero es el mejor modo que tengo, no soy sensible con las personas que me dejaron completamente desgarrada por dentro… —Hizo una mueca con la boca, y el aire sopló fuerte. Empezó a hacer frío de repente, y cuando una lágrima amenazó con salir, Paula ya se encontraba entre los cálidos brazos de Pedro. Eso necesitaba, un abrazo por más que fuera de una persona que ahora desconocía totalmente.



No estaba lloviendo pero, al mirar el clima te dabas cuenta de que en cualquier momento, llovería. Paula y Pedro caminaron alrededor de toda la casa, escuchando la música que provenía desde adentro. Emma los había encontrado, y cuando vio a su amiga con el chico, le agarró desesperación, y corrió hacia donde ellos. Le había dicho que la soltase, pero Paula le dijo que estaba bien… Luego, volvió a entrar a la casa donde se desarrollaba la gran fiesta.

— ¿No quieres ir a dentro? Sé que eres de esos chicos que les gusta bailar.

— ¿Vienes conmigo?

Paula negó con la cabeza.

—Me siento totalmente ridícula así como estoy vestida, y no quiero ir allí adentro para que todos me vean por más que capaz no lo hagan… —Sonrió, y siguió caminando hasta que se apoyó contra un árbol para sacarse los zapatos de taco alto.

—Ahora te ves mucho más petisa. —Pedro se acercó donde ella, y la acorraló contra el árbol. —No te ves ridícula, estas completamente hermosa, Paula. —Dijo esto en un susurro. Sus labios casi rozaban, y cuando Pedro tomó impulso, Paula agachó la cabeza.


Pedro entendió eso, y repitió el acto de la castaña. Se alejó un poco, y entre un silencio que resultó ser incómodo siguieron caminando, sus manos chocaban, y Pedro tuvo que aguantarse para no tomarla.