Capítulo treinta y ocho.
–Let me die.
Paula se miraba al espejo de cuerpo entero que había en el baño principal, tenía puesto un pijama que consistía en una remera rosa de tirantes y un short negro que mostraba gran parte de la pierna. Se puso de perfil y se revisó. Tocó su estómago, resaltaba un poco sobre la remera (además, está era apretada al cuerpo), se miró en el espejo, tenía un moño torcido en la cabeza con algunos flecos que caían sobre su cara; sonrió, no le gustó; hizo caras raras y no se preocupó por si le gustaba o no, era algo divertido para hacer cuando no te gustaba el reflejo del espejo. Recordó en cómo era Emma toda despeinada, en su cuerpo delgado pero sin ser anoréxica. No sabía si hacía ejercicio, si iba al gimnasio o esas cosas pero, seguro que lo hacía. Nadie tenía un cuerpo como ese si no lo ejercitaba además, comía bastante y no seguía una dieta. Pau no era gorda pero tampoco era muy delgada, era un poco rellenita pero nada más que eso… No se avergonzaba tanto de su cuerpo, sino más bien de lo que sentía por dentro y de lo fea que creía que era.
Paula se miraba al espejo de cuerpo entero que había en el baño principal, tenía puesto un pijama que consistía en una remera rosa de tirantes y un short negro que mostraba gran parte de la pierna. Se puso de perfil y se revisó. Tocó su estómago, resaltaba un poco sobre la remera (además, está era apretada al cuerpo), se miró en el espejo, tenía un moño torcido en la cabeza con algunos flecos que caían sobre su cara; sonrió, no le gustó; hizo caras raras y no se preocupó por si le gustaba o no, era algo divertido para hacer cuando no te gustaba el reflejo del espejo. Recordó en cómo era Emma toda despeinada, en su cuerpo delgado pero sin ser anoréxica. No sabía si hacía ejercicio, si iba al gimnasio o esas cosas pero, seguro que lo hacía. Nadie tenía un cuerpo como ese si no lo ejercitaba además, comía bastante y no seguía una dieta. Pau no era gorda pero tampoco era muy delgada, era un poco rellenita pero nada más que eso… No se avergonzaba tanto de su cuerpo, sino más bien de lo que sentía por dentro y de lo fea que creía que era.
No le gustaba ninguna parte de ella, no había algo que podría decir: “me
gusta como se ve en mi” Sabía que la perfección no existía, tampoco existían
las personas perfectas pero, si había gente que parecía serlo, que parecía
estar demasiado cerca de la perfección tanto físicamente como personalmente y Paula
quería ser una de esas personas.
Una lágrima cayó por su ojo llegando hasta su pera, se estaba
derrumbando de nuevo.
Resistió la tentación que permanecía en su pecho, que deseaba salir.
Negó con la cabeza, iba a ser fuerte una primera vez en la vida, no quería
caer, no iba a caer. Se abrazó a si misma mientras miraba el cuerpo frente al
espejo, prefería llorar antes que abrirse las muñecas y los brazos. El llanto
relajaba el dolor que tenía en el pecho, relajaba la ansiedad.
Se limpió la cara con las manos pero el llanto siguió por unos minutos
hasta que pudo relajarse. Había chicas que sin importar como fueran tenían
mucha confianza en sí mismas, en su cuerpo, en su personalidad, eran gentes a
las cuales se las podía envidiar porque la confianza en uno era algo muy
valioso y muchas personas que podían ser demasiado bellas exterior e
interiormente no la tenían.
Agachó la cabeza y sintió una mano en su hombro que la acariciaba.
Conocía esa mano por más que no hubiera visto la persona que estaba
parada detrás de ella, se quedó para de la misma manera en la que estaba. No
podía dejar que Pedro la viera de esa forma, aunque la había visto en peores
circunstancias.
Él besó su hombro y luego el cuello de la chica.
—Paula, estoy aquí.
Dio media vuelta y enredó sus brazos alrededor del cuerpo de Pedro, dejó
su cabeza en el pecho del chico, no lloraba, tan solo le costaba respirar por
el llanto que había tenido minutos atrás. El castaño le hacía preguntas pero Pau
no respondía, su voz estaba cortada, ronca, era el peor momento de todos para
que él viniera. No sabía que estaba tan metida en sus pensamientos como para no
saber que había entrado por alguna ventana de la casa o si tenía suerte por la
puerta como las personas normales lo hacen.
—Cariño, ¿qué sucede?
Pedro la llevó a la habitación, iba abrazado a ella por lo tanto, le
costó más de lo que esperaba llegar adentro de la habitación. Se sentó en la
cama con ella en su regazo, no habló en ningún momento y le estaba preocupando.
Siquiera movió la cabeza para decir sí o no.
El chico le dio un beso en la mejilla y levantó su mentón con el dedo
pulgar.
— ¿Vas a hablar conmigo? —Preguntó, más bien era una afirmación. Iba a
sacarle toda la información posible para poder ayudarla— Claro que vas a
hacerlo, Paula.
La castaña separó su cara del cuello de Pedro y le miró por unos
segundos antes de besarlo en los labios. Fue un beso corto pero fue lindo. Se
levantó del regazo de Pedro y se acomodó contra la cama hecha una bolita. Pedro
le miró por unos segundos, sonrió y soltó una pequeña risa. Tomó sus piernas y
tiró de ella, quien cayó acostada a la cama… Soltó una carcajada.
Tenía estados de ánimo que cambiaban continuamente, sabía que no era
bipolaridad sino la adolescencia, la jodida adolescencia que era una etapa
realmente difícil pero una de las mejores o eso decía la gente… La gente que no
era como Paula disfrutaba de su adolescencia, salía a bailar, tomaba, iba de
fiesta en fiesta, conocía personas, vivía cada día como si al otro se fuera a
acabar el mundo y era así como había que vivir la vida: sin miedo, con riesgo y
sin problemas en los cuales puedas quedar atascado, todo tenía su fin, todo se
podía superar sólo había que insistir en eso.
Pedro le besó, un beso más largo pero igual de suave que el anterior,
esos besos eran los mejores.
Se acostó al lado de ella, quien se sostuvo por su codo y apoyó la mano en la cabeza para verle de arriba, llevó una mano a su cara y empezó a acariciarla, se detuvo en sus labios, eran provocadores, daban ganas de morderlos, además tenían un lindo color, y Pau quería dejarlos más rojos.
Se acostó al lado de ella, quien se sostuvo por su codo y apoyó la mano en la cabeza para verle de arriba, llevó una mano a su cara y empezó a acariciarla, se detuvo en sus labios, eran provocadores, daban ganas de morderlos, además tenían un lindo color, y Pau quería dejarlos más rojos.
— ¿Quieres besarme?
Pau agachó la vista y sonrió.
—Puedes besarme siempre que quieras —Paula la elevó—, pero primero vas a
contarme qué es lo que te sucede.
…
— ¿Por qué me elegiste a mí de tantas chicas que sufren de baja autoestima en el Instituto? —Dijo y dejó el plato de comida sobre el escritorio, Pedro cocinó pasta, estaba deliciosa. —Por cierto, cocinas bien.
…
— ¿Por qué me elegiste a mí de tantas chicas que sufren de baja autoestima en el Instituto? —Dijo y dejó el plato de comida sobre el escritorio, Pedro cocinó pasta, estaba deliciosa. —Por cierto, cocinas bien.
Pedro rió e hizo palmadas en la cama para que Paula fuera con él. Se
acercó y se acomodó enfrente de él, Pedro acarició sus piernas, sentía cierta
incomodidad e inseguridad en eso pero quiso que no se notara pero, se ponía
tensa con cada caricia que Pedro hacía. Le dejó cuando lo notó. Le miró y cruzó
sus brazos por el pecho.
—No te elegí porque tuvieras bajo autoestima… Tan sólo, un día vi con
realidad como eran las cosas y me sentí culpable, quería arreglarlo todo.
Después terminé conociéndote y me llamaste la atención, ahora me gustas. —Sus
ojos divagaban por la cara de Pau que estaba con su color de piel natural y no
roja.
—Hay muchas chicas realmente lindas en el Instituto y yo, no soy parte
de esas… No entiendo cómo es que…
—No te menosprecies. —Dijo Pedro— Eres hermosa y no te lo digo sólo por
ser tu novio, te lo digo de verdad porque es lo que yo veo… Eres muy ciega, hay
chicos, de los cuales no voy a mencionar, que te miraban fijamente cuando
caminabas por los pasillos con los libros pegados a tu pecho y con los
auriculares puestos, y hablaban sobre ti pero no decían cosas malas, decían
cosas buenas. —Sonrió— Pero claro, tú siempre estabas metida en tu mundo y
nunca lo notaste.
El color de mejillas de Paula cambió a un color carmesí. En parte, no
creía todo lo que estaba diciendo… Sabía que muchos la conocían por ser la hija
de Alejandra, era una persona carismática por lo tanto, era conocida por las
paredes del Instituto.
— ¿Por qué…? —Se quedó callada, no sabía si debía preguntar aquello.
Tenía mucha confianza en Pedro pero no la suficiente, al parecer. —Nada.
—Oh, ¿vas a dejarme con la intriga?
— ¿Por qué sabiendo que tu madre sufrió de abuso, dejabas que me lo
hicieran a mí? —Preguntó y al ver la cara de desconcierto de Pedro, aclaró su
pregunta. —Me refiero a que, entiendo que no éramos amigos y no tenías ningún
derecho a defenderme, siempre que veías que Sandy me maltrataba nunca decías
nada y… sé que nunca me pusiste una mano encima pero tampoco hablaste en esos
tiempos.
—Conozco a Sandy desde hace tiempo y sé cómo es su vida, por lo tanto no
quería ser otra molestia para ella y cómo no éramos amigos, me mantenía al
margen de lo que ella hacía. —Dijo y su mirada cayó.
— ¿Sandy tiene una vida difícil? No lo parece. —Recordó el bebé que
había visto el fin de semana pasado y un nudo se formó en la garganta, debía
preguntarle a Pedro si ese era su hijo aunque lo dudaba muchísimo.
—No la conoces, simplemente es eso.
¿La estaba defendiendo?
Pau clavó su mirada en Pedro, ambos se miraron fijamente por unos
minutos, nadie decía nada hasta que Pedro ablandó su mirada y negó con la cabeza.
Lo había dicho de mala forma, bruscamente.
—P…
—La vi amamantando a un bebé el fin de semana pasado en el parque, ¿el
niño que ella tenía es tu hijo? —La pregunta salió de su boca antes de que
pudiera detenerla. Se quejó por aquello, no debía de haberlo preguntado tan
directamente, esa pequeña habitación parecía un interrogatorio policial. Era un
asco.
— ¡¿La viste con el bebé?!
El miedo de Paula se acumuló en el pecho y en el estómago. Se maldijo en
la cabeza por haberle preguntado, tal vez si vivía con la mentira de que no era
su hijo; estaría más tranquila, tenía nervios que le estaban comiendo el
cerebro, literalmente. Se sonó los dedos y movió las manos: era uno de los tics
que tenía cuando el nerviosismo se apoderaba de ella.
—No es mi hijo, Pau… —Soltó— Veo el pánico en tus ojos.
…
Habían pasado unas horas y ambos dos tenían sueño pero no querían caer rendidos a la cama por lo cual, hicieron una apuesta: El que contenía la respiración más tiempo, ganaba y el que no debía ponerse ropa del otro y había que sacar una foto sobre esto. Paula ganó por una diferencia de 10 segundos, como ella tenía puesto su pijama, le entregó uno de todos los vestidos que tenía en ese armario, ese lugar sería el paraíso de toda chica sumándole los zapatos menos el de ella por más que le gustarán, no era su tipo de vestimenta así que, no era precisamente su paraíso.
El chico fue al baño y al salir, tenía puesto un vestido con corte
corazón que caía con una falda de tul negro con brillos, el vestido era
adorable pero a él le quedaba totalmente chistoso, Paula entró al baño y se
puso la ropa de su novio para que él no se sintiera tan solo, además pensó que
sería divertido.
Al salir, tuvo que sostener con una mano el jean, realmente en ese lugar
podía entrar Emma, eran muy grandes para ella y hay que sumar que los
pantalones que Pedro usaba eran un talle
más de lo normal porque le gustaba bajarse el pantalón y caminar con una parte
de los bóxers afuera, tal vez le gustaba el aire chocando contra su trasero.
Pedro soltó una carcajada sonora y Paula le siguió, lo tomó del cuello y
le besó, él sostuvo su cintura y entre besos, se reían.
Alguien tosió a sus espaldas.
Ambos dieron media vuelta, Pedro se puso rojo de vergüenza, tenía un
vestido negro de chica puesto sobre él, estaba mostrando casi todas sus piernas
peludas y Paula tenía puesta la ropa de su novio, la cual se le caía y si no la
sostenía, la arrastraría por el piso.
—No hay botellas de cerveza, ni de whisky, es una buena señal supongo.
—Dijo Miguel y miró a su hija, le sonrió y ella agachó la cabeza. Después miró
a Pedro y negó con la cabeza. —Chico, ese vestido no te sienta bien, tal vez,
algo largo te quede mejor. —Le guiñó un ojo a su hija quien tenía la cara color
carmesí y cerró la puerta.
Los dejó solos, rojos y callados en medio de la habitación.
Pedro rompió el silencio con un suspiro.
—Yo pensé que me veía bien con el vestido. —Dijo y pasó una mano por su
cara haciéndose el frustrado.
Pau soltó una carcajada que pudo haber despertado a los vecinos.
—Oh, Pedro, te queda hermoso.
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Sigue →
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