Capítulo veinticinco. –Let me die.
La fiesta había terminado, y la mayoría de las personas se habían ido.
Paula manejaba el auto de Emma quien reía en el asiento de Copiloto. Pedro iba
en el asiento trasero, le pidió a la castaña si lo podía dejar en su casa, ya
que su auto se había roto… Emma se sentó recta contra el respaldo, y prendió la
radio a todo volumen, empezó a gritar la canción que sonaba, Paula no soportó
tal ruido, y la apagó. Cuando la rubia iba a quejarse, unas sirenas de policía
aparecieron detrás del coche.
Mierda.
Paula no tenía licencia para conducir este auto, no era de ella… Además,
tenía diecisiete, era menor de edad y lo peor de todo, que no era muy buena mintiendo
cuando no conocía a la persona. Supuso que Emma tampoco tenía su licencia en su
cartera ya que, era demasiado irresponsable. Paula paró a un costado de la
carretera, y le pegó una cachetada a Emma para que despertara de su maldita
nube.
—La policía nos va a arrestar si no cambiamos de lugares, y haces que tú
estás conduciendo, Emma. —Le dio un sacudón, y Emma abrió los ojos muy
ampliamente.
— ¿La policía? —Preguntó, y vio las sirenas por el vidrio trasero, y
entonces, entendió. — ¡Paula! ¡Muévete!
Pero, cuando quisieron cambiar de asientos, el policía ya estaba contra
la ventana, y le había dado unos golpes para que estas la bajaran, y así fue lo
que hicieron… Bajaron la ventanilla, y el señor que tendría unos cincuenta años
apareció con todo su traje, y placa con nombre y apellido.
—Licencia, por favor.
Emma se la pasó a Paula desde su bolso… No sabía que la tenía, y cuando
el policía, notó que la chica que conducía no era la misma que la foto, prendió
su radio y habló con la estación. Paula quería pegarse un tiro, literalmente.
Su padre iba a matarla.
El señor caminó hacia su auto, y la puerta de Emma se cerró.
—Tengo la patente, la arranqué del auto… ¡Arranca a toda velocidad!
— ¡¿Qué?!
— ¡Mujer, arranca el auto! —Le gritó con furia, y Paula apretó el
acelerador…
La velocidad del coche empezó a subir, iban a unos 100km/h, el ruido de
las sirenas todavía se escuchaba, así que, doblaron en la primera calle que
pudieron, y cuando encontraron un callejón, estacionaron el coche… Apagaron el
motor, y Paula soltó el volante. Nunca había hecho eso en toda su corta vida, y
no tenía ganas de volver a intentarlo por más que hubiera sido divertido.
Pedro sonrió de lado cuando él auto freno y pegó un grito de alegría,
Emma le copió la acción, Paula se recostó contra el asiento respirando con
tranquilidad.
Ambos dos estaban locos por gritar como si su equipo de futbol preferido
hubiera metido un gol y hubiera ganado una de las copas del Campeonato Local.
—Nunca más salgo de fiesta contigo. —Le señaló a Emma, y luego, giró
sobre su asiento para señalar a Pedro. —Y tú, que supongo que eres un gran
mentiroso, me hubieras ayudado a salir de esa sin tener que haber ido a tanta
velocidad…
— ¡Oh, vamos! Fue totalmente divertido, Paula. —Exclamó Pedro con un tono
alegre en su voz.
— ¡Fue asombroso! ¿No te divertiste? —Emma le golpeó en el brazo.
—Ustedes dos… Son las personas más dementes del maldito planeta.
…
…
Habían dejado a Pedro en su casa, y Emma se había quedado dormida todo
el trayecto hasta la casa de Paula… Cuando entraron a la misma, todas las luces
estaban encendidas. Y Miguel apareció por la puerta de la cocina cuando, la
principal se cerró con fuerza debido al viento.
Una Emma borracha entró por la misma, y una Paula totalmente consciente
también.
Tal vez, no la encontró en la cárcel por haber estado conduciendo un
auto que no era de ella con una borracha y un estúpido chico que solo quiere
divertirse pero, la encontró entrando a casa a escondidas y eso, nunca era
bueno.
La observó de arriba abajo, tenía un vestido corto, y unos zapatos
demasiado altos. Su padre quería que ella tuviera una vida de una vida de una
chica adolescente pero, no deseaba que fuera de esas mujeres que salen sin
avisar, y que nunca respetan las reglas.
—Ayuda a Emma a subir a la habitación, y después baja. —Le ordenó.
—Tenemos que hablar.
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