Capítulo veintiséis.
–Let me die.
''Ella no quería
morir, ella quería vivir pero feliz''
Mierda.
Mierda.
Triple mierda.
Bajó las escaleras sin los zapatos, y con el pelo todo alborotado. Miguel,
esperaba impaciente en la cocina con una taza de chocolate caliente en las
manos. Al ver el reloj de la cocina, vio que era demasiado tarde: Las cuatro de
la mañana. Él le había dicho que se quedaría a dormir en un hotel. Pau hizo una
mueca al entrar donde su padre.
—Antes que me castigues o me digas algo… Lo siento, no sabía que iba a
llegar tan tarde, y tampoco tenía planeado ir de fiesta, sólo quise acompañar a
Emma ¡Además! —Dijo con un tono de emoción. —Tú quieres que tenga una típica
vida adolescente, y esto es lo que hacen las adolescentes…
—Me alegro que entiendas, ahora… —Junto sus manos en la mesada.
—Castigada, un mes, sin salida, sin citas, sin tu novio, y solo pueden venir a
casa pero, tú no sales… —Le señaló con el dedo, y luego dio media vuelta. —Que
descanses. —Besó la cabellera de la chica, y estaba a punto de salir por la
puerta cuando el gritó de su hija le penetró por los oídos.
— ¡¿QUE?! ¡Estoy a salvo, papá! No hagas esto.
—Pau, tú no eres de salir, no te puedes quejar. —Se dio media vuelta, y
siguió caminando.
—Pero quiero hacerlo, si quiera a la tarde para ir con Diego o Emma…
Su padre hizo un ruido con la boca negando esa petición, tomó otro sorbo
de su chocolate caliente, y lamió sus labios.
—Un mes. Castigada. Sin citas. Sin salir. Sin Diego.
……………
Una semana. Una puta semana. Sólo eso había pasado del castigo, y cada
día pasaba más lento de lo normal. Su padre nunca estaba en la casa, pero la
tenía totalmente vigilada. Colocó cámaras por toda la casa, y activó unos
sensores para que Paula, si tenía ganas de salir a la tarde, no pudiera
hacerlo… Cada vez que atravesaba alguna puerta o ventana, la alarma sonaba y la
hacía volver a entrar a la casa.
Ella estaba rodeada por todas las paredes de la casa, sin poder salir.
Sólo su padre sabía cómo desenchufar todos los cables de esta cosa mecánica. No
sabía, más bien, no tenía la más pálida idea de que Miguel hiciera tal cosa,
por un momento llegó a pensar que realmente estaba loco, pero era su padre…
Aunque no lo entendiera, quería hacerlo.
Cada vez, que llegaba desde el Instituto a la casa, y pasaba la puerta,
se escuchaban unos sonidos que aseguraban que si salía, la alarma sonaría.
Una tarde, mientras leía un libro que encontró por ahí que no era para
nada interesante, alguien tocó a su ventana. Era Pedro. Siempre ahí, espiando y
molestando. Una sonrisa se atravesó por sus mejillas. No le esperaba.
Llegó a la misma, y la abrió. El chico pasó y se sacudió.
—No puedes estar acá.
Pedro sonrió con su hermosa sonrisa torcida.
—Si puedo estar acá… —Se sacó su gorra de beisbol, y se la acomodó.
—Tengo un plan, ¿quieres participar?
Paula cerró su libro que todavía lo tenía en mano, lo tiró sobre el
escritorio. Dio media vuelta, caminó a la cama, y se sentó. Le ofreció un lugar
a Pedro, quien se quedó parado.
—Cuéntame. —Pidió Paula.
—Estás castigada por un mes, ¿cierto? —Paula asintió frunciendo los
labios. — ¿Sabes lo que hacen los adolescentes cuando están castigados y sus
padres no están en casa? —Paula negó con la cabeza, y Pedro formó una sonrisa.
—Se escapan, y ahora es tu turno.
—Lo pensé pero… ¿sabes algo? ¡Estoy rodeada por cámaras! —Exclamó
frustrada, su padre estaba loco, completamente.
—No lo creo… Una gran persona, si puedo decir, sacó todos los cables que
conectaban las cámaras y las alarmas, no hay nadie que te detenga, excepto tu
misma.
…
Hubo un trayecto de una hora hacia un lugar desconocido donde Emma le esperaba a Paula, y a Pedro. Cuando llegaron, eran como las seis de la tarde, había una pequeña fiesta de tarde en un lugar como un parque pero sin ser uno, digamos que tanto como la rubia y el chico tenían contactos por todos lados, y siempre estaban invitados a fiestas donde podían llevar acompañantes, y en este caso a Paula.
…
Hubo un trayecto de una hora hacia un lugar desconocido donde Emma le esperaba a Paula, y a Pedro. Cuando llegaron, eran como las seis de la tarde, había una pequeña fiesta de tarde en un lugar como un parque pero sin ser uno, digamos que tanto como la rubia y el chico tenían contactos por todos lados, y siempre estaban invitados a fiestas donde podían llevar acompañantes, y en este caso a Paula.
Ella vestía unos pantalones de cuero negros, con sus converse, y una
remera holgada que decía “Freedom”, su madre de la compró unos días antes de
morir. Fue el último regalo que le hizo, y el último que alguna vez, le
volvería a hacer.
Cada vez, anochecía más, y más. La rubia y la castaña bailaban al ritmo
de la música, mientras Pedro estaba por ahí con una chica bailando totalmente
apretados, realmente, esas escenas a Paula no le gustaban, daban asco. Las
mujeres dejaban tocarse por hombres que apenas conocían, y hombres, quienes
tienen novias, toquetean a cualquier chica que se les cruce por el camino
siempre y cuando tengo unos grandes pechos, y un grande trasero.
Paula agradeció ser tan alejada del resto para no ser de esa forma, a
veces Emma daba a pensar que era de esa forma pero, ella siempre se dejaba
tocar por un chico, si él era su novio. Aunque, en parte, no estaba bien…
Dejarse tocar por cinco o más chicos en tres años.
Eran como las nueve de la noche cuando, Emma y el chico misterioso de la
otra vez, empezaron a moverse una contra otro. Paula dejó aquel lugar, y caminó
hacia otro lado donde no se escuchaba la música, y no había nadie o eso
pensaba.
Escuchó unos pasos por detrás de ella, cuando giró la cabeza no había
nadie. Y por el lado izquierdo, volvió a sentir la presencia de una persona,
podía ser cualquiera.
Iba a hablar pero, prefirió callarse.
Iba a hablar pero, prefirió callarse.
Alguien salió corriendo por detrás de un árbol, y le tiró al piso
golpeando su cara contra el pasto, que estaba un poco mojado por el rocío de
hacia unas horas.
—Te callas porque, juro que te perseguiré hasta tu último maldito día,
estúpida. —Le susurró una voz femenina, tan conocida… Sandy. —Así que te ves
con mi novio, hija de puta.
Le soltó el pelo, y se levantó de arriba de ella. Paula dio media vuelta
en el piso, tenía los ojos llenos de lágrimas. Se había lastimado, su nariz
sangraba.
Escuchó el grito de su nombre a lo lejos, era la voz de Pedro.
—Escúchame bien… Vas a decir que te caíste, pero, créeme que voy a
vengarme.
Se volvió a esconder, y Paula quedó tirada en el piso, hecha una pequeña
bolita, estaba lastimada, había caído con las rodillas en el pasto, y eso era
totalmente doloroso debido a que estaba duro, y no era blando.
Pedro llegó a su lado, y al verla de esa manera, se fijo por los
costados pero, nadie estaba cerca. Se agachó, y la tomó entre sus brazos… A
unos dos metros, vio un banco y con un paso rápido, llegó hasta ahí donde
depositó a Paula.
— ¿Qué pasó? ¿Quién te hizo esto? —Preguntó, acomodándole el mechón de
la cara.
Paula sólo negó con la cabeza, y se sentó en la banca. Empezó a llorar mientras que, con la manga de su remera, se limpiaba su nariz, de esta salía sangre… Mucha sangre. Pedro la abrazó, y cuando Paula tenía su cabeza en el hombro del chico, Sandy apareció de espalda, y le miró por unos segundos hasta salir corriendo.
Paula sólo negó con la cabeza, y se sentó en la banca. Empezó a llorar mientras que, con la manga de su remera, se limpiaba su nariz, de esta salía sangre… Mucha sangre. Pedro la abrazó, y cuando Paula tenía su cabeza en el hombro del chico, Sandy apareció de espalda, y le miró por unos segundos hasta salir corriendo.
Tenía miedo, mucho miedo, y tendría que hacer todo lo posible para
alejar a Pedro de su vida. No era la clase de persona que ella creía, pero, si
alejarse de él, la mantendría a salvo eso haría.
…
Entraron a la casa por la ventana, y Pedro estaba a punto de irse cuando Paula le detuvo, pidiendo que se quedara unos cinco minutos más porque tenían que hablar.
…
Entraron a la casa por la ventana, y Pedro estaba a punto de irse cuando Paula le detuvo, pidiendo que se quedara unos cinco minutos más porque tenían que hablar.
—No quiero que nos veamos más. —Le dijo, más bien fue como una súplica.
Pedro frunció el ceño, y después de unos segundos, sonrió, pensó que era
una broma. No se llevaban mal y de la nada, le dijo esto.
— ¿Qué? —Preguntó Pedro.
—Lo que escuchaste, no quiero verte más.
Pedro tragó gordo, las esperanzas de que fuera una puta broma se habían
ido y por el tono de voz que Paula utilizaba sabía que hablaba seriamente. Se
sentó en el escritorio, y cruzó sus brazos.
— ¿Por qué dices esto?
—Solo, quiero que te alejes de mi vida, no quiero tener nada que ver
contigo, Pedro, ¿vale? Es por nuestro bien. —Le dijo, y se sentó en la cama.
Pedro agachó la cabeza, y mordió su labio.
—No puedo irme así como así, ¿sabes? No se si te habrás olvidado pero,
me importas, y cuando alguien…
— ¡Te quiero lejos! ¡No te quiero tener cerca! ¡Entiéndelo! Ponte en mi
lugar una sola vez… No sabes que se siente hablar con la persona que te dejó
millones de marcas en toda tu alma. —Le exclamó. Tenía ganas de llorar, no
porque le decía tales cosas a Pedro, sino porque traía recuerdos totalmente
feos. Así unas semanas que no tocaba sus navajas, que sus muñecas estaban
libres… Y ahora, estas parecían abrirse de a poco.
—Si
piensas que voy a dejarte, te equivocas, Paula.
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