Capítulo treinta. –Let
me die.
“Podemos elegir ver lo
bueno, en nosotros mismos y en los demás”
Paula volvería a su casa, llevaba dos días en ese maldito hotel y no lo soportaba. Necesitaba su cama, su bonita cama, no le gustaba para nada aquel lugar. Cerró la puerta de la habitación con su mochila en su hombro colgando, en algún momento tenía que volver, no tenía la suficiente ropa como para vivir fuera de su casa.
Encendió el auto, y di una vuelta en ‘u’ para volver a la carretera y
llegar hacia el centro de Londres.
Llevaba tres horas andando por la ruta, y se había perdido de nuevo. Era
un completo desastre, no llamaría de nuevo a Pedro, Pau no le haría pensar que
él era siempre su salvavidas… Así que, cuando encontró una estación de servicio
paró y preguntó por dónde tenía que ir, estaba yendo en dirección contraria
hacia dónde es el centro de la ciudad. Volvió a entrar al coche, y golpeó el
volante con fuerza que se terminó lastimando ella, la mano se le ponía roja con
el paso de los segundos e iba maldiciendo en voz baja. Le dolía.
Habían pasado dos horas más, se habían convertido las ocho de la noche cuando paró el auto enfrente de su casa. Prendió su celular, y tenía mensajes, llamadas, mensajes de voz de su padre, Emma y Pedro, abrió el último: el castaño le preguntaba cómo estaba y que si necesitaba algo que la llamara sin importar la hora. Sonrió al verlo y apagó el aparato de nuevo.
Habían pasado dos horas más, se habían convertido las ocho de la noche cuando paró el auto enfrente de su casa. Prendió su celular, y tenía mensajes, llamadas, mensajes de voz de su padre, Emma y Pedro, abrió el último: el castaño le preguntaba cómo estaba y que si necesitaba algo que la llamara sin importar la hora. Sonrió al verlo y apagó el aparato de nuevo.
Bajó del coche con la mochila en el hombro, sentía una presión en el
pecho, se sentía completamente nerviosa, su padre estaba en casa porque se
notaban las luces prendidas, su estómago se revolvió del pánico que tenía. No
quería verle la cara, en esos momentos, no le quería… Por más que quisiera
decir que le odiaba, no podía.
Oh, vamos, era su padre y el odio era un sentimiento demasiado grande
así como el amor, imposibles de identificarlos a tan solo días.
Caminó, subió un escalón, después otro y estaba enfrente de la puerta.
Al abrir, se encontró con vidrios en el piso, las cosas desordenadas y
botellas que contenían alcohol, el líquido también estaba tirado por todo el
piso, había muchas de estas. Paula se quedó con la boca abierta, y sin hacer
ruido; cerró la puerta, y caminó entre todo esto pero, no era tan silenciosa.
Sintió unos pasos, y la puerta del baño se abrió… Su padre salió del mismo con
los ojos cansados pero cuando le vio se iluminaron, estaba pálido y tenía
ojeras. Estuvo de la misma manera que cuando se murió su esposa, Paula sintió
un nudo en la garganta y sacó la vista de su cara. Quiso caminar hacia la
puerta e irse, marcharse lejos de ahí pero no quería dejarlo de esa manera, lo
veía tan vulnerable, tan solo, tan triste que se vio reflejada.
— ¿Estuviste bebiendo?
Que pregunta más estúpida.
Había botellas de alcohol, y él tenía el mismo olor que una persona
tiene cuando consume esa cosa, obviamente estuvo bebiendo, no haría una fiesta
porque si hija desapareció y no dejó rastro de seguir viva.
—No lo habías hecho desde que mamá murió.
—Sentí que te había perdido como a ella, Paula. —No se había dado cuenta
pero él había bajado muy rápido hasta estar enfrente de ella. Acarició sus
hombros.
—Me perdiste pero no como mamá, papá. —Dijo, y se alejó de él subiendo a
la escalera. Él gritó su nombre pero, Paula no se detuvo, sabía que si le
volvía a ver le perdonaría, y no quería eso.
Le había mentido, había hecho algo que nunca nadie podría imaginar que
su padre haría. Era algo tan ilógico que daba miedo, ¿Quién hace eso? A nadie
se le puede cruzar semejante idea, no tenía sentido y tal vez, nunca lo tenga.
Cerró con llave la puerta, y gracias a Dios solo ella tenía la de su
habitación, su padre no podría entrar.
A las once de la noche, cuando vio por la perilla de la puerta que Miguel no merodeaba por la casa salió de su habitación, tenía hambre y comería lo primero que encontrara en la cocina. No podía vivir de esa manera de todos modos, se tendría que soportar verlo todas las mañanas, y alguna que otra vez en la tarde o saldría toda la misma para no verle un segundo.
A las once de la noche, cuando vio por la perilla de la puerta que Miguel no merodeaba por la casa salió de su habitación, tenía hambre y comería lo primero que encontrara en la cocina. No podía vivir de esa manera de todos modos, se tendría que soportar verlo todas las mañanas, y alguna que otra vez en la tarde o saldría toda la misma para no verle un segundo.
Fue a la cocina, se preparó algo sin hacer el más mínimo ruido, todo
seguía de la misma manera en la sala, su padre no había arreglado nada. Mañana
volvería al Instituto, y después pondría la casa en su lugar…
Volvió a subir a su habitación, y apenas entró y cerró la puerta, se
encontró con Pedro, el plato que tenía salió volando y cayó al suelo. No se
rompió pero toda la comida se desparramó por el piso, no soltó ni un grito pero
cuando vio el alimento machar todo, casi manda al diablo al castaño que siempre
le asustaba.
—Oh, lo siento, no sabía…
No lo dejó terminar.
— ¿Cómo es qué entras aquí? ¿Por qué nunca te escuchó? ¿Eras ladrón de
Joven, Pedro? —Le preguntó con las cejas levantadas habla con sarcasmo, y su
tono de voz era tranquilo pero se estaba desesperando.
—Tal vez en mi vida pasada era un ladrón. —Sonrió. Se agachó y agarró el
plato, empezó a juntar lo que Pau había tirado. —Tienes que ser más cuidadosa,
no puede ser que tires todo, Paula. —Dijo serio.
—Oh, eres un imbécil. —Le pegó en el hombro, y se puso a su altura
ayudándole.
[…]
Pedro había traído una pizza, y se quedaron los dos comiendo mientas miraban una película. Paula se sacó la cazadora que tenía, y se había olvidado por completo que tenía las vendas con sangre de hacia unas noches, su blusa era de manga corta y por lo tanto, los cortes que alguna vez se había hecho se veían y los recién realizados aún estaban “frescos.”
Pedro había traído una pizza, y se quedaron los dos comiendo mientas miraban una película. Paula se sacó la cazadora que tenía, y se había olvidado por completo que tenía las vendas con sangre de hacia unas noches, su blusa era de manga corta y por lo tanto, los cortes que alguna vez se había hecho se veían y los recién realizados aún estaban “frescos.”
Pedro tragó gordo cuando los vio, no podía alejar su vista de su brazo.
Siento pena y quiso pegarse en la cabeza por haberle hecho tanto daño.
« — ¿Desde cuándo te lastimas a ti misma? —Su cara de horror, espanto, y
asombro fue molesta para Martina.
—Desde el día que empezaste a llamarme fea. —Sus ojos se nublaron, el chico sintió un nudo en su garganta. »
—Desde el día que empezaste a llamarme fea. —Sus ojos se nublaron, el chico sintió un nudo en su garganta. »
Sacudió su cabeza y se levantó de la cama, caminando alrededor tirando
de su cabello. Martina le miraba fijamente, y Pedro paró para mirarla, una
triste mirada posaba sobre su cara. Estiró su brazo señalando al de ella que
estaba con la venda, y la castaña al darse cuenta, se volvió a poner la
cazadora.
—Fui la razón por la cual tienes muchas de todas esas marcas. —Dijo, y
emprendió camino a la ventana. —Soy un idiota, lamento tanto haberte hecho eso.
Lo que no sabía era que Paula jamás lo perdonaría pero, intentaba
olvidar esa parte pero no completamente porque Pedro siempre le hizo daño y
algo bueno, no cambiaba las cosas malas.
—Sé que nunca vas a perdonarme, y lo entiendo. Estoy de acuerdo
—Susurró. —, y me mata haberte lastimado tanto, Paula.
Salió de la misma manera que entró y, desde ese día Paula dejó de verlo
como antes. Pedro ya no se acercaba a ella en el Instituto, y nunca más volvió
a entrar a su casa por la ventana, tampoco le tocaba la puerta, un día recibió
un mensaje de él: “Sé que te dejé sola en el peor momento pero, es preferible
que pase esto ahora antes de que no pueda alejarme nunca más. Lo siento” Y
entendía, lo entendía muy bien.
Además, nadie quería ser amiga de la suicida, nadie quería tener que
soportar llantos, gritos, lamentos, insultos. Ella estaba destinado a estar
sola, y capaz eso era algo bueno.
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