Toda novela que es publicada en este blog son adaptaciones, nada me pertenece.
María

domingo, 18 de octubre de 2015

Novela Let Me Die - Capitulo 35

Capítulo treinta y cinco. –Let me die.

Habían pasado dos semanas y media, la recuperación de Paula fue demasiado buena. Tenía algún que otro moretón por sobre su brazo pero, después las heridas estaban completamente cerradas y no parecía tan destrozada como hace tiempo atrás.

Emma estaba con ella en su habitación, viendo todos los vestidos que tenía para esa noche. Ambas saldrían a bailar con Pedro y el nuevo novio de la Rubia, Marco.

Como siempre, ella se encargaba de preparar la ropa, el maquillaje y el peinado mientras Paula leía algún libro, miraba televisión o iba por comida. Las dos eran tan diferentes físicamente como personalmente, tal vez es por eso que congeniaban tan bien. La castaña se tiró encima de los vestidos que Emma había preparado y cuando la vio, soltó un grito agudo que podría haber llegado hasta China, literalmente. Paula para molestarla, ya que era algo que le gustaba hacer, rodó en la cama pero en un segundo estaba tirada en el piso y Emma permanecía abrazando al pedazo de tela negra.

Bufó enojada mientras se paraba y se acomodaba la remera.

—No te metas con los vestidos ¿vale? No puedes arrugarlos, Pau. —Le dijo y los tomó de la cama, llevándolos a su percha mientras los colgaba en la puerta del baño.

—Mis ganas de ir a bailar, desaparecieron… ¿Quieres que…? —Emma no le dejó terminar, había dado media vuelta y se le quedó mirando atónita, estaba a punto de tirarle un almohadón en la cara si no cerraba la boca. — ¿Qué?

—Pedro fue quien te invitó, y tú dijiste que sí, ahora irás. —Era como una madre.

—No es mi novio, puedo cancelar.

Emma se acomodó el pelo y suspiró. Le trataba con cuidado porque, no quería gritarle pero era tan terca que a veces, la mejor manera de hacerla entrar en razón era soltando gritos pero, pasaría esta ocasión.

—“Duermen” juntos, se besan, se toman de la mano… ¿Y no son novios? ¿En qué mundo viven? ¡Eso lo hacen los novios! ¿Sabías?

—Nope, Diego fue mi “novio” pero nunca actuamos de esa manera, así que… no… —Emma le dijo que se callara. Paula le estaba haciendo enojar, le encantaba. Ella se ponía roja y empezaba a moverse intranquilamente por la habitación cuando se enfadaba, Paula amaba esa escena. —Estoy bromeando, Emma, obvio que quiero ir. —Sonrió.

— ¿Si te pregunta para que sean una pareja? —Dijo emocionada mirándola a través del espejo.

—Le diría que no, supongo.

— ¿Por qué, Paula?

— ¿Tengo que repetirlo siempre? —Se tiró en la cama boca arriba y cruzó los brazos en su estómago. Si Pedro tan solo le diera la idea de ser novios, la haría muy feliz pero él sería el novio más infeliz de todos.

— ¿”Nadie quiere una novia suicida?” —Preguntó o más bien afirmó, Paula había repetido esa frase durante un mes, y ella no se había dado cuenta de que era una forma de rechazo para Pedro. Por eso, él nunca le preguntó por ser algo más y capaz nunca lo haría. Sabía que la respuesta de aquella chica sería un rotundo no. —No eres suicida, créeme.



El lugar estaba lleno de humo, luces de colores y personas bailando. La música resonaba por todo el boliche, las manos se agitaban por el aire, las risas, los gritos se escuchaban a pesar del volumen del sonido de la canción que sonaba. Había parejas, gente conociéndose, amigos, gente en grupo tomando alcohol o gente en grupo bailando, saltando, disfrutando el momento. Pau nunca había ido a ese lugar. Decían que era uno de los mejores lugares de fiestas adolescentes de Londres… Dejaron sus abrigos en una de las perchas del lugar, y caminaron hasta la barra.

Pedro y Marco ya estaban sentados hablando de cualquier cosa. El novio de Emma era lo bastante guapo para ella… Ese era el chico misterioso de algunas fiestas anteriores. Pau nunca pensó que estaría yendo a fiestas por más, que solo hayan sido tres o cuatro, no se imaginaba llevando un vestido ajustado al cuerpo, tampoco zapatos altos; es que los odiaba tanto. Le lastimaban los pies y les costaba moverse con ellos.

—Podría haber venido con zapatillas, un pantalón de jean y una camisa de fiesta blanca. —Dijo Paula tomando el brazo de la amiga mientras caminaban hacia los muchachos que estaban recibiendo muchas miradas de chicas por el bar. —Te van a robar a tu querido novio. —Paula señaló hacia él y a una chica que intentaba ponerle las manos encima. Él negó con la cabeza, no quería ser un irrespetuoso y mandarla al carajo, así que lentamente le dijo que tenía novia.

—Confío en él, sé que no se va a acostar con alguna zorra.

—Oh, bueno… Podría no acostarse con ninguna, pero podría toquetear y besar a una.
Emma rió y negó con la cabeza.

Llegaron donde ellos y la rubia fue con su novio para plantarle un beso feroz en los labios, la chica que intentaba llegar a algo más con Marco se fue enojada. Pau soltó una risa sonora con Pedro a su lado, él le besó la frente y ella le abrazó por la cintura, descansando su cabeza en el hombro. Amaba esa relación sin tener que ser novios, aunque era algo completamente raro porque Pedro no era de ella y viceversa por lo tanto, él podría salir con cualquier zorra de este lugar y Paula no debería importarle si eso pasara pero, sabía que sí le importaría y mucho.

—No pienses esta noche, Paula. —Le susurró Pedro y le besó la sien. Sintió como unos animales corrían por su estómago y sí, eran animales; no lindas mariposas como suelen decir. —Hoy vives, mañana piensas y te retractas de lo sucedido, ¿vale?

La tomó de la cintura y la llevó a la pista de baile.

Los dedos de Pau se deslizaban por el pelo del muchacho mientras bailaban, sus cuerpos pegados, disfrutando del contacto y de la cercanía que tenían. Sus corazones latían con furia sobre sus pechos, las respiraciones eran entrecortadas. Pedro tenía las manos en la cintura de la chica y besaba su cuello de vez en cuando, le besaba a ella con pasión, lujuria, quería demostrarle que le quería, y no verbalmente.

Paula sonrió en mitad de un beso mientras lo acercaba más contra ella, amaba su aroma: su colonia seguía pegada a su cuerpo, a su ropa por más de estar sudando. Pedro pasó su brazo por la pequeña cintura de la castaña y la levantó en el aire, ella puso sus piernas alrededor de las caderas de él. Estaban en mitad de pista haciendo tal escena, era raro.

Ella no pensaba tal y como Pedro le había dicho. Mañana se arrepentiría de haber estado así con él siendo el centro de atención por unos cuantos minutos. Pero ahora mismo, disfrutaba el hecho de que los labios de ella jugaran contra los de él.

Adoraba tanto a ese chico y adoraba como le hacía sentir cada minuto que pasaban juntos.

Pedro quería mucho a Paula y no quería perderla nunca por más que no fueran novios.


Estaba todo oscuro, sabía que estaba al lado del lugar de la fiesta pero no entendía que estaba pasando, de nuevo. No gritó porque tenía una cinta en medio de la boca, tan solo lloraba y lloraba mucho. Sus manos estaban rojas, de nuevo, tenía moretones creciendo a lo largo de sus piernas y brazos, tenía cortes y todos siempre eran ocasionados por Sandy.

Ella le había seguido dentro para saber que estaba haciendo y cuando la encontró besándose con Pedro, su furia subió cinco niveles más.

La dejaría sin vida si tuviera la oportunidad pero no lo hizo porque Pedro apareció en ese momento, los amigos de Sandy se encargaron de lastimarlo. Doblaban la estatura y el peso de él. No podría, por más que intentase, defenderse.

La rubia, ex–novia de Pedro, le pegó una última patada en medio del estómago a Paula para luego, dejarla con la complicación de respirar. La tomó del pelo y le susurró algo que ella no pudo entender. Su vista se nublaba y deseara que dejaran en paz a Pedro tanto como que apareciera Emma para llamar a una ambulancia.

Tiraron a Pedro justo al lado de Paula, este estaba todo lastimado y Paula se sintió culpable, sin tan solo ella no hubiera salido a tomar aire, nada de esto hubiera pasado. Sus lágrimas volvieron a salir, se deshizo de la cinta de su boca y se arrastró lo más cerca que pudo de él.

—Lo siento tanto, Pedro. —Logró murmurar y él no respondió.

Ninguno de los dos podía pararse, tampoco ninguno tenía los celulares en buen estado como para llamar a una ambulancia o Emma.

Minutos después, sus respiraciones empezaron a calmarse pero Paula no podía estar tranquila, Pedro estaba completamente herido, le había torcido el brazo y le salía sangre por la nariz. La castaña no tenía fuerzas como para romper su vestido o la camisa de él y ayudarlo a limpiarse.

Odiaba su vida.

La voz de Emma se escuchó cerca y Pau con todas sus fuerza gritó “Acá” para luego, escuchar los zapatos altos chocar contra la acera corriendo donde ella.



Las habitaciones no estaban separadas esta vez, solo las dividía una cortina fina blanca de un material desconocido. Pau corrió esta para ver a Pedro al lado, tendido con suero. Sus golpes no fueron tan graves porque Sandy tenía menos fuerza que aquellos hombres que hicieron esto, nuevamente volvió a atenderle el mismo doctor que la otra vez.

— ¿No vas a decirnos quién fue esta vez, Paula?

—Es que no lo sé, no puedo recordar su cara.

Era tan mentirosa.

—Está bien.

No se permitían las visitas y su doctor había desaparecido para cuando Pedro abrió los ojos. Pau estaba a punto de apretar el botón rojo para avisar que había despertado pero él la detuvo.

—Hace tiempo me desperté pero, no quería que nadie venga a hacerme chequeos o esas cosas.

Ella agachó la cabeza y después, volvió a levantarla mirando hacia el otro costado, había otras tres camillas pero estaban desocupadas, tendidas correctamente y había un silencio incómodo en la habitación.

—Lo siento, Pedro. —Susurró Paula sin ni siquiera girar la cabeza para mirarlo, sabía correctamente que Pedro se preguntaba por qué le pedía perdón. —No tenía que haber ido contigo a ese lugar, tampoco tendría que haber salido, lo siento. Fue mi culpa que ellos te golpearan.

Ni un segundo pensó en girar la cabeza para verlo, no podía. Cuando miraba su ojo violeta, sentía un peso enorme en todo su pecho. Había sido su culpa, solo su maldita culpa, las lágrimas ardían por detrás de sus ojos y no quería dejarlas ir, no ahora.

—Paula, mírame.

Ella negó con la cabeza.

—Paula, por favor, mírame. —Le suplicó. —No puedo ir y tomarte de la cara, mírame.

Entonces, lo hizo.

Ninguna lágrima había salido por sus ojos pero, si estos estaban borrosos.

—No es tu culpa. —Le dijo—Por ti, me metería en cualquier pelea, no importa que tan mierda quede hecho después… —Sonrió y Paula sintió que realmente este chico valía la pena.

Estiró su mano y espero que Pedro la tomara y así fue.


Una lágrima cayó por su ojo derecho y, pensó en una cosa que había leído por internet hace unos días atrás: “Cuando una lágrima sale por un ojo derecho es de felicidad…” El día que lo leyó o cualquier otro día, no lo hubiera creído pero en ese momento si lo hizo. Estaba feliz de tener a alguien como Pedro para protegerla, sabía que lo quería y también, sabía que debía dejar de tener miedo. Tenía que vivir la vida en ese momento, y lo quería hacer con Pedro.
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Novela Let Me Die - Capitulo 34

Capítulo treinta y cuatro. –Let me die.

“Lo siento. Lo lamento tanto. Siento haber sido un idiota, realmente te lastimé mucho y no estoy feliz u orgulloso por eso. Tal vez te parece loco, ilógico o estúpido que te diga que después de acercarme a ti pude entender que no merecías todo lo que te pasaba en el Instituto… Tenías tus problemas en casa y solo me preocupaba de todo el daño que podía causarte mientras estabas encerrada en ese Colegio por cuatro horas, seguro fueron las horas más eternas de toda tu vida y lo siento.”

Pasé unos días volviéndome completamente loco, me tiraba en cara cada hecho horrible que te hice pasar y me odié porque no merecías absolutamente nada de eso. Eres tan bella, alegre y divertida cuando te lo propones pero, también tienes tu otra fase donde te llamas loca pero, ¿sabes algo? No estás loca, buscas una forma para lidiar con todo lo que sucedió o sucede en tu vida.

Y está bien, puede que no sea la mejor manera de sobrepasar pero yo no soy tú como para obligarte a hacer algo… Sólo quiero que sepas que yo voy a ayudarte en cada cosa que tú necesites, no importa si quieres gritar, llorar, reír, lamentarte… Puedes hacerlo conmigo.

No sé como dejarte. Sé que no soy más que otro compañero que te lastimó hace tiempo atrás y también, tengo claro que nunca vas a olvidar todas las heridas porque no solo son físicas también son internas y cada vez que miró hacia tus ojos, siento odio por mí mismo y no sé si es verdad que lo veo o si lo estoy imaginando pero cuando te miro observo lo mismo. Nunca quise preguntarte porque tengo por seguro que eres tímida y no te gusta hablar sobre lo que sientes a menos que te sientas mal.

Paula, eres tan frágil, tan sencilla, tan tú que cada día que paso contigo me atraes más, lamento todo y siempre, siempre voy a repetirlo. Te convertiste importante para mí y sé que no tienes el mismo sentimiento por mi persona pero, no importa. La mayoría de los amores no son correspondidos y hace fue, es y será la vida.

Te aprecio tanto, Paula.
Pedro.”

Paula bajó la carta hacia su pecho y la sostuvo por unos minutos contra el mismo. Respiró y dejó que las palabras se conectaran y mezclaran en su cabeza para después soltar una sonrisa con una risa pequeña de ternura. Era su primera carta… Buscó, debajo de su cama, su caja llena de fotos y cosas personales, guardó la misma y volvió a sentarse en la cama.

Miró a su habitación y observó que el sobre no lo había guardado. Lo agarró y al girarlo, algo cayó del mismo en el cobertor. Paula lo dio media vuelta y unas fotos de ellos aparecieron, en la última estaban con Emma. Se había olvidado de ese día.

—También te aprecio, Pedro.



Su cuerpo seguía doliendo cada vez que se paraba y tenía que caminar hacia el baño de su propia habitación. Sus piernas permanecían cansadas y lastimadas, algunos cortes ellos por Sandy seguían abiertos, el Director llamó a la casa de Paula para hablar con su padre por la falta de una semana a todas las clases.

El Instituto se volvió en un lugar donde los rumores nunca quedan en la boca de una persona, se sabía que Sandy fue la causante de las heridas en el cuerpo de Paula y la gente caminaba con miedo cuando pasaba por su lado o eso le había contado Emma, quien le tomaba apuntes en clase por los exámenes del segundo trimestre.

Paula escuchó la puerta principal cerrarse de un golpe, saltó asustada en su asiento y caminó a la puerta de su habitación. Llevó la oreja a la misma y no escuchó absolutamente nada.

Minutos después, los pasos apresurados al pisar la escalera resonaron por la casa. El corazón de Pau estaba sobre su garganta, literalmente. El miedo y pánico que sentía en ese momento, los pasos se siguieron acercando hasta parar frente a su puerta. Ella seguía como estatua pegada a la misma esperando lo peor, no podía tirarse de la pieza, si lo hacía: terminaría con un brazo roto y reposo por cinco meses.

Tocaron la puerta y Paula no se movió, cerró los ojos y esperó lo peor, aunque capaz era su padre o Emma, no tendría por qué ser un ladrón pero, en ese momento solo podía pensar negativamente.

Oh, a todos les pasa.

—Paula. —La voz de Pedro en un susurro le tranquilizo. Su respiración volvió a ser normal y se retiró de la puerta. — ¿Puedo entrar?

—Oh, Dios mío. —Dijo y le abrió la misma de un tirón. —Me asusté, realmente estaba asustada, Pedro.

Él entró y rió. Tenía una caja de pizza en sus manos, siempre que iba a esa casa llevaba comida y siempre era una pizza de la mejor de todo Londres. Este chico era genial.

Pedro dejó la caja en su cama y abrazó a Paula, ella llevó las manos a la cintura del chico aspirando su colonia, recién se había bañado podía sentir el olor a jabón por su cuerpo. Le besó la cabellera y después de acariciarle la espalda, la soltó, la castaña no quería, le gustaba el contacto físico que sostenían pero él no tenía ni idea de ello. Se había prometido mantener sus sentimientos alejados, ella era un problema y no quería sumárselo a Pedro por más que el dijera que le gustaba. Ella misma se sentía un peso para sí, no iba a serlo para el chico.

Se quedaron mirando por unos segundos hasta que Martina se sintió incómoda y sacó sus ojos de los de él.

—Siempre que apareces en casa traes comida, ¿quieren engordarme? —Se rió y dio media vuelta hasta sentarse en la cama. Le dolía todo el maldito cuerpo. Mierda. —Tengo el peso que debo tener para mi edad…

—Me gusta cenar contigo, eso es todo. —Soltó naturalmente. Oh, le encantaba.

Estaba raro, él solía hablar y hablar mucho sobre cualquier cosa cuando estaba con Paula. Ella palmeó el colchón a su lado y Pedro le sonrió. Se sentó y le pasó un brazo por el hombro, apoyó su cabeza contra la de ella y soltó un suspiro, parecía cansado.

— ¿Te encuentras bien?

—No te preocupes por mí, Paula… Preocúpate por estar mejor, ¿vale? —Dijo en un murmuro que apenas pudo escuchar. Amaba que él se preocupara por ella, pero Paula no era el centro del mundo. Bueno, ella no se sentía el centro.

—Tú también me importas, ¿sabías? —Le empujó y se sentó frente de él, tomó sus manos y las acarició.
— ¿Qué sucede?

Los ojos de Pedro se alumbraron como dos faroles de las calles principales de Londres. —Sandy y toda su mierda.

Sabía que cuando hablaba de la mierda de la chica era porque le decía que si no dejaba de ver a Paula, ella lo pasaría mal pero la castaña no lo tomó en cuenta, ¿algo peor de lo que ya le había hecho? No. El rubio fue convencido por Paula para que se quedara, ella decía que estaba bien y que no podía lastimarla más de lo que ya estaba pero, realmente estaba harta, cansada de todo esto. La compañía de Pedro cambiaba su humor, su personalidad, ella era diferente cuando él estaba cerca, en su alrededor y no quería dejar ir esa manera de ser. El amor era tan difícil.

—Oh, ¿de nuevo con lo mismo?

— ¡Sí! Odio que diga que te hará daño, no… —Frunció las cejas y se tensó su mandíbula. —No voy a dejar que te ponga un dedo encima, ¿ok?

Su cara estaba tensa, se notaba su enojo por todos los lados que lo vieras. Paula se sintió mal por él, se sentó a su lado, Pedro decía diciendo cosas incoherentes cuando lo tomó por sus mejillas y el rubio dejó de hablar.

Sus labios se volvieron a juntar en un beso tierno, sus bocas se quedaron juntas, pegadas, no jugaron entre sí pero fue tierno y dulce. Jorge acariciaba la cadera de la chica mientras que Paula controlaba el beso, no quería que fuera algo más subido de tono. Le gustaba eso. Se separó y Pedro sonrió.

— ¿Más tranquilo? —Preguntó Pau.

—Aún no.


Ahora, él inició el beso, fue más duro, más salvaje pero no lo suficiente como él quisiera que hubiera sido. Ella era tan frágil como la porcelana, no quería que saliera huyendo. No iba a seguir metiendo la pata, arruinado una y otra vez todo.
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Novela Let Me Die - Capitulo 33

Capítulo treinta y tres. –Let me die.

Un golpe en el estómago y cayó de rodillas al suelo, una mano en forma de puño le golpeó el ojo derecho. Este palpitaba del dolor, los pulmones se le quedaban sin aire, no podía respirar bien. Había una voz en su cabeza que le dijera que se defendiera, pero ella no se movía dejaba que le pegaran. Su cuerpo era un objeto para Sandy y Pau permitió que lo tratara como tal. Su garganta ahogó un grito, y volvió a chocar la cabeza contra el piso. La sangre salía por su nariz y por cualquier parte que tenía una lastimadura abierta… Le costaba ver, su vista era borrosa, sus ojos se le cerraban y el dolor todavía seguía pero nadie la estaba tocando, se escuchaban unos gritos de una voz grave, masculina y se escuchaba otra fina de mujer, estas discutían y apenas podía percibir el sonido… No entendía de que hablaban, no sabía si se gritaban o qué era lo que sucedía, solo es oían voces mezclándose.

Su conocimiento iba perdiéndose mediante que los minutos pasaban, cada vez se sentía más débil, no podía moverse. Estaba tan inmóvil que le asustó, tenía que ir al médico porque no podía llegar a su casa así, tampoco podía ver a su padre de tal modo. Escuchó unos pasos fuerte yéndose del lugar y esa voz masculina le habló. Paula no prestaba atención porqué simplemente sentía un agudo pitido en su oído, quería gritar, llorar, salir corriendo pero sus fuerzas estaban tres metros bajo tierra. Su respiración era entrecortada.

La tomaron entre los brazos, y su cabeza cayó por detrás viendo todo más borroso y raro. Intentó sujetarse a algo pero sus manos resbalaban de lo que la estaba llevando. Deseó que fuera un sueño, una pesadilla y pidió despertar pero no era eso. Sólo intentaba crearse una ilusión para alejar el dolor que consumía su cuerpo.

Quería ir a su casa, tomar un baño en su bañera por unas horas relajando su cuerpo, quería dormir en su cama tan cómoda y cálida. Mirar televisión, comer una pizza y tomar soda mientras la película que se reproducía mostraba un amor imposible…

Cerró los ojos y una voz le susurró que no se fuera, que siguiera con los ojos abiertos. Después sintió algo bajo su cuerpo, era como un colchón pero no tan cómodo pero era lo bastante bueno en ese momento, su cuerpo se dejó caer. Sus ojos se cerraron y una mueca atravesó su cara. Sintió su brazo arder mucho, demasiado, tenía las heridas de las cortadas abiertas… Cada una que había permanecido cerrada por la última semana, ya no lo estaba. No sabía por qué, no quería averiguarlo, dejó que el fuego que le recorría se aumentara y pasara por todo su cuerpo, tal vez sería menos doloroso pero se equivocó. Toda ella ardía, sudaba y sus manos temblaban. La voz masculina seguía hablado pero no era con Anna.

Permanecía su celular con el oído, gritó algo antes de colgar y mirar hacia atrás. Paula tenía los ojos entrecerrados, vio una silueta y aunque le pareció conocida no supo identificarla. Le suplicó, le rogó que no se durmiera, que se quedara despierta por más que estuviera sufriendo y por más que su cuerpo rezara porque descansar en paz. Tal vez, si se dormía no volvería a despertar. El hospital estaba cerca, podía sentir algunas sirenas de las ambulancias y entonces, el auto se detuvo. El viaje pareció corto pero, tal vez no lo fue.

La sacaron del coche y el chico empezó a gritar por ayuda, necesitaba que le ayudaran. Paula volvió a sentir algo contra su espalda y una luz en sus ojos, sus pulmones estaban más tranquilos pero no lo suficiente.

Se iba dando cuenta de que era lo que estaba pasando y sintió miedo. Los doctores le dijeron que no se durmiera, que quedara despierta porque pronto le iban a hacer dormir con la anestesia pero hizo caso omiso y cerró los ojos, esperando que el sueño llegara y así fue. Apareció rápido, y se llevó con él el dolor que sentía por todo el cuerpo como si una bomba hubiera estallado y roto todo su interior y exterior.



Una mano le sostenía la de ella, apretándola con fuerza. Le dolían las piernas, le dolía el pecho, la espalda y los brazos, prácticamente le dolía todo. Intentó volver a dormir pero, no pudo. El pánico era mucho más fuerte que el sueño en ese pequeño segundo que se despabiló, su padre levantó la vista cuando Pedro hizo un ruido con la boca. El chico estaba sentado en el otro extremo en uno de los sillones blancos, y su padre tenía la cabeza acostada en la camilla. Era una sala de hospital no tan desagradable como la de la otra vez pero con la diferencia de que esta no tenía una ventana. No había relojes, y no sabía qué hora era. Quería saber cuánto tiempo estuvo durmiendo en esa habitación, los dolores todavía seguían siendo fuertes por lo que, supuso que no llevaba un día entero con los ojos cerrados intentado descansar.

Su padre le acarició los dedos y le sonrió.

— ¿Cómo te encuentras?

Paula respiró, su respiración era normal.

—Me duele todo el cuerpo.

Su padre agachó la cabeza y miró hacia la puerta, iría a buscar al doctor. Se paró y la voz de Paula lo detuvo.

— ¿Qué me pasó?

Miguel miró a Pedro, y él a Miguel.

—Pedro te encontró en la calle así cuando venías para casa. —Se pasó una mano por el cabello y lo desordenó más. — ¿Te acuerdas de algo? —Pau negó con la cabeza cuando, realmente si se acordaba de todo menos cuando entró al hospital. Eso sí era un hecho borrado.

—Vale, iré a buscar al doctor.

Paula intentó sentarse en la cama pero no pudo moverse, entonces Pedro fue a su encuentro y le ayudó. Una mueca cruzó por su cara, y él lo lamentó. Tenía una bata blanca que no le cubría los brazos, y las heridas que ella misma se había hecho parecían que se las realizaron cuando le pegaron en el Instituto. Sacó su vista de ahí y miró a Pedro, quién tenía una distancia bastante alejada. Paula se quejó internamente, quería estar cerca de él, su presencia le cambiaba, le gustaba esto. Podía ser ella misma y podía olvidar los infinitos líos que se acumulaban en su cabeza como un rompecabezas.

Alargó la mano, y Pedro vaciló en tomarla pero al fin lo hizo. Él aceptaría todo para estar cerca de ella cuando todas las posibilidades provenían de Paula, la castaña acarició su brazo lleno de tatuajes, poseía muchos más que la última vez que lo vio, exactamente hace una semana por su cumpleaños.

—Gracias, Pedro.

Él tragó gordo e hizo una seña con las manos para ver si se podía sentar con ella al lado. Paula asintió y le hizo un lugar.

— ¿Sabes? No tienes que agradecerme, siempre voy a estar ahí.

Su aliento choca contra la oreja de la muchacha y sintió que su cuerpo cambiaba de estar adolorido y mejor. Esto era raro.

Pedro besó la frente de la chica y salió de la camilla justo antes de que su padre con un doctor entraran por la puerta, iban hablando sobre unas medicinas que debía tomar.

El doctor le comentó que no tenía nada roto y sólo tendría que pasar en cama unos días hasta que el dolor sanara, no era algo tan grave pero que tendría que venir a hacer unas revisaciones por si las dudas.

Le tomó la presión, y le hizo unas pruebas de vista. Hace poco había dejado sus anteojos atrás, no quería usarlos de nuevo y así fue, estaba completamente bien.

—Bueno, lo mejor de todo es que las heridas se van a curar y estás bien, sin ningún hueso roto.

Paula asintió. Realmente no estaba bien, sentía un peso en medio del pecho. Tenía ganas de llorar toda la tarde pero, Pedro sujetó su mano y las lágrimas volvieron a su lugar.

Este le había cambiado su forma de ser, en parte.



Miró hacia sus pies que estaban en el borde de la bañera llena de espuma, su padre tocó a la puerta y ella le permitió pasar. Estaba toda cubierta de burbujas así que, no tenía problema, a pesar de todo era su padre. No le había perdonado pero dejó que hiciera su trabajo de papá y se preocupara… Pidió una licencia de una semana por Paula y ella realmente lo agradeció, tal vez eso era lo que necesitaba: que realmente sintiera preocupación por la salud de su hija.

— ¿Te sientes mucho mejor?

—Mucho mejor no, tan solo estoy mejor que antes. —Sonrió y se acomodó el moño que tenía en medio de la cabeza.

— ¿Esto te está relajando? —Su padre le miró, tomó su mano y Paula extendió más la sonrisa. Sabía que él realmente estaba arrepentido pero, perdonarlo no se sentía muy bien. No iba a hacerlo así como así por más que fuera su padre. —Pedro me dejó está carta para ti… —Extendió la mano a su bolsillo trasero del pantalón y lo sacó. —También está flor. —Sacó la mano detrás de su espalda y se la mostró.

Era una bella rosa.

—Ow, que lindo de su parte… ¿Sigue aquí? —Intentó mirar por la puerta, ya que estaba en el baño principal de la casa pero, esta estaba cerrada.

—No, se fue hace unos minutos. —Su padre agachó la cabeza y se acomodó en el piso de una forma en la que estuviera más cómodo. —Es un gran chico, ¿no?

—Supongo.

— ¿Estás interesada en él?

El pequeño interés en su padre sobre su vida amorosa le alarmó un poco pero está era lo que siempre había querido. Un padre que le preguntara sobre los chicos con los que hablaba o cosas por el estilo.

Una sonrisa se volvió a extender por su rostro pero no mostró sus dientes, sino fue algo más vergonzoso.

—Me hizo daño hace tiempo atrás pero, trato de olvidarlo. Me interesa él pero creo que nunca podremos llegar a hacer algo. —Explicó la muchacha. No podía entender como le soltaba todo de una a él, era su padre, sí. Pero nunca había tenido esa confianza.

—El amor sobrepasa todas las cosas que una persona pudo haber hecho en una vida, todos los errores cuando uno ama desaparecen… —Su padre agachó la cabeza. Pau sintió demasiada pena, lo amaba, era su padre y sabía que lo decía por eso en parte. Ella sacudió su hombro y le sonrió.

—Sé que lo dijiste, en parte, por lo que pasó entre nosotros pero, a pesar de todo eres mi padre y siempre, por más que cometas muchos errores, voy a quererte. Me criaste. —Sonrió. —Cuando mamá murió, eras mi único amigo, la única persona que pudo mantenerme como yo te mantuve… —Obligó a que sus lágrimas no salieran. —Tal vez, hiciste algo realmente estúpido y doloroso pero de esas cosas se aprende ¿o no?


En sí, lo estaba perdonando. No porque sentía pena y odiaba verlo de tal manera. Sino porque sabía que él lo había hecho con buenas intenciones. No lo perdonó del todo pero, dejó que los problemas fluyeran como si fuera un globo aunque algún que otro alfiler deseaba pincharlo y hacer que este volviera a tierra, destrozado.
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Novela Let Me Die - Capitulo 32

Capítulo treinta y dos. –Let me die.

Habían pasado semanas de todo aquello y Paula se sentía de la misma manera que a principios de año cuando tuvo que ingresar al Instituto de nuevo, nunca sintió una depresión como cuando perdió a su madre hasta ahora. Perdió a su papá y a dos “amigos” porque de alguna manera, Emma la escuchó cuando nadie lo hacía, seguía sin creer de sus palabras del todo. Y Pedro, lo mismo, él había una de las razones por la que dejó marcas alrededor de su brazo y no le había perdonado pero sí estuvo cuando necesitó alguien.

No sabía qué hacer con su vida en ese momento. No iba a perdonarlos, no ahora, tal vez jamás lo hacía… No era algo fácil de lograr, directamente ir y decirle: “Los perdono.” La vida no funcionaba de esa manera, nunca fue de ese modo.

Hace cuanto que no iba a la biblioteca, al entrar vio a la misma señora que antes solía ver todas las mañanas, sus ojos celestes resplandecían más que lo normal. Una sonrisa se extendió por el rostro arrugado de la mujer, era una sonrisa vaga pero, lo era. Le hizo una seña con la mano para que se acercara, y Pau obedeció.

—Hace mucho tiempo que no te veía por aquí, Paula. —La mujer hablaba en susurros por más que, en esta parte de sala, no hubiera nadie leyendo, estudiando o finalizando un trabajo a última hora. —Un chico pasó toda la semana pasada preguntando por ti, diciendo que pensaba que te hallarías por este lugar… —Volvió a sonreír con más fuerza que la anterior vez.

— ¿Qué aspecto tenía?

—Era castaño, ojos verdes y una estatura de ocho centímetros más que tú. —La señora se acomodó los lentes y escribió algo en un anotador. Paula le agradeció y se alejó de ella. Caminó por los pasillos hasta llegar a la sala de libros que a ella le gustaban.

Los libros habían sido un refugio desde que tenía once años, tenía un estante con todos los libros que había leído desde corta edad.

Paula tendría que salir del Instituto porque sus clases acabaron hace unos quince minutos pero no quería llegar a casa y encontrarse con su padre y su sorpresa de feliz cumpleaños… Hoy, no era un gran día para celebrar ya que, traía recuerdos. Recuerdos que dolían y mucho. Miguel, Alejandra y Paula solían pasar su cumpleaños viendo películas y comiendo helado por la noche; al día siguiente, unos parientes de parte de la madre de ella venían a visitarla y celebraban en familia. Después de la muerte de Alejandra, nunca más se festejó uno. Digamos que ella tenía el poder para que todo siempre estuviera alegre y divertido, era el puente que unía las distancias entre las familias pero cuando ese puente se derrumbó, se cayó, se desapareció del mapa, las distancias se volvieron más largas y así, las visitas de familiares se volvieron escasas y ahora, ya no existían en su vocabulario. Emma solía contarle como celebraba su cumpleaños y era de la misma manera por más que su padre no esté con ella en ese momento. Tal vez, no tenía el poder que Alejandra poseía sobre las personas y su humor, Paula siempre había deseado ser como ella pero, más bien era muy parecida a su papá: solitaria, apagada al estudio y siempre siendo cerrada sobre las cosas. Siguió caminando y caminando pero ningún libro le llamó la atención, tal vez porque no sentía las ganas para leer en ese momento, solo quería sentar y pensar, pensar, pensar hasta que sus ideas se aclararan quería saber que tenía que hacer con su vida en ese momento. Un mensaje de texto le llegó y empezó a vibrar dentro de su mochila, así que lo sacó para que dejara de hacerlo, desbloqueó la pantalla y era un mensaje de texto de Emma, quería borrarlo pero no lo hizo. Lo abrió y decía: “Como me ignoras en el celular, en el teléfono de tu casa y en cada lugar del Instituto espero que por acá no lo hagas… ¡Feliz Cumpleaños! Capaz no la estés pasando bien, me siento culpable, lamento haberte arruinado este día, a pesar de todo yo si te quiero…”

Recibió otro mensaje al cerrar este, no iba responderlo… Ahora. Era de Pedro, lo abrió y también le felicitaba por su cumpleaños y le decía que realmente se arrepentía por todo lo que le había hecho pasar y que se merecía lo mejor y más.

—Si tan solo me mereciera lo mejor y más nada de esto estaría pasando. —Susurró Pau, nadie estaba en ese sector por lo cual no podían escucharla y no dirían que estaba loca por charlar sola. Ahora, en ese momento, quería llegar a casa y con una taza de café en la mano mirar películas y películas hasta que sea hora de cenar pero, después pensó en qué su padre estaba en casa esperándola y sus ganas se desvanecieron.

Empezó a sonar su teléfono y lo contestó sin saber quién era para que dejara de hacerlo, la voz de su papá sonó al otro lado de la línea, su tono estaba lleno de preocupación, pena y tristeza. No se habían hablado, por más que él intentase, desde hace unas tres semanas.

—Paula, ¿estás bien?

—Sí, ¿por qué?

Su padre tosió del otro lado del teléfono. Paula realmente quería perdonarlo y que todo sea como antes pero la vida no era así. Nunca fue sencillo y ahora no iba a dejar que lo fuera.

—Es sólo que… me preocupé, pensé que cuando salías del Instituto vendrías para casa pero no fue así. —Su voz se cortó.

Paula reprimió las lágrimas que amenazaban en salir. No iba a soltar ni una lágrima por aquel hombre que llamó papá millones de veces, no lo merecía, nadie merecía las lágrimas de nadie porque así no era la vida. Pasar llorando porque algo no salió como quisiste, sí que la vida está llena de hipocresía. Paula tomó aire una vez, y otra para tranquilizarse y alejar las ganas de llorar. Dicen que es la mejor manera de descargarse pero, tal vez, era la manera más débil de afrontar las cosas.

—Me quedé en el Instituto porque tenía que buscar un libro.

—Oh, está bien. Yo, me voy ahora al trabajo, te veo después supongo.

—Adiós, Miguel.

No esperó que respondiera y cortó la llamada telefónica, odiaba ser de esa manera, odiaba llamarlo “Miguel” cada vez que él quería hablar, después de aquellas semanas no volvió a llamarle papá y eso la estaba matando, tal vez no tenía la mejor relación de padre-hija pero tenía lo que se llamaba vínculo, un pequeño y raro vínculo que siempre los mantenía unidos pero Paula no fue quien arruinó lo poco que quedaba de familia, fue su padre.

Era otro puente roto por una persona, al parecer de esto estaba creada la familia, de puentes rotos, puros puentes de la misma manera, siempre iba a hacer así.

Paula dejó el libro que había tomado y salió de ese pasillo lleno de estos, fue directo hacia la puerta, anhelaba llegar a su casa lo más rápido posible para imaginar que su madre todavía seguía ahí mirando con ella las películas, una manera de tenerla cerca, de sentir que su alma todavía seguía flotando por las paredes como un fantasma.



La mirada de Paula iba perdida por la calle que se pasó de su casa y tuvo que regresar unas cinco cuadras, cuando llegó el auto de Miguel no estaba. Se había ido al trabajo como lo dijo, Paula pensó que capaz lo mencionó para que así ella fuera a su casa y él pudiera darle el regalo que quería. Aunque más que nada, deseaba hablar con ella, tener una conversación que no se base en sí y en no. La puerta estaba abierta, como de costumbre y cuando entró a su sala de estar todo estaba de la misma manera que está todos los días de todas las semanas pero más limpio. No solían hacer limpieza y tampoco tenían a alguien que fuera a ayudarles con la misma, Alejandra solía hacer eso pero después de que ella murió millones de costumbres y cosas desaparecieron. Su madre se había cuando ella era pequeña, sí que la necesitaba en todo su proceso de adolescencia… Tal vez, esa fue una de las razones por la inseguridad que sentía en su cuerpo y en sí misma como persona. No tenía una madre que le aconsejara sobre las cosas que una chica entrando a la adolescencia podía preguntar, estaba parada sola en el medio de la nada. Tenía a su padre pero él era un hombre y Paula siempre necesitó a una mujer como modelo y no lo tuvo. Los recuerdos que tiene son todos muy vagos en sí porque, Mari murió cuando Pau tenía diez años, hace ocho años que vive con su padre y ahora, prácticamente, vivía sola porque también lo perdió a él.

Subió a su habitación y dejó su morral tirado ahí. Buscó películas en uno de los cajones que estaban en su armario y sacó unas diez de estas, iba haciendo sorteo al azar. Se levantó ya que, estaba en cuclillas y Pedro permanecía parado contra la puerta del baño, tiró las películas en su mano por el susto que le agarró.

—Feliz cumpleaños, Paula.

Los ojos de Pau observaron toda su habitación y después la ventana, la bendita ventana que siempre estaba abierta y que Pedro adoraba para entrar como un salvaje, sabiendo que hay una puerta.
Emma apareció por la de su habitación con una pequeña torta en la mano y unas dieciocho velas prendidas. Paula se tragó el nudo que empezó a formarse en su garganta, no podían estar haciendo esto ahora mismo. Cruzó sus brazos por su pecho y ellos empezaron a cantarle la canción del feliz cumpleaños, Paula seguía totalmente inexpresiva y como siempre, tenías que pedir los tres deseos.

“Que la vida me trate bien una vez en la vida.”

“Que las cosas se arreglen con papá.”

“Vivir en paz.”

Esos fueron los tres deseos que Pau susurró para ella misma cuando sopló las velas, Emma y Pedro se quedaron parados mirándole. No sabían si ir a saludarla o no, estaban vacilando, Pau también. No sabía si incitarlos a que vayan a saludarla o no. La vida era complicada como una montaña rusa sin fin, siempre subía y bajaba, casi nunca estaba recta y cuando lo era, parecía aburrido pero tranquilo.

— ¿Ahora qué va a pasar? —Paula acomodó su cabello y caminó hacia su cama, sentándose en ella.

Emma y Pedro se pararon enfrente de ella, enfrente de la cama.

—Nosotros nos queríamos volver a disculpar y a desearte un feliz cumpleaños, nos sentimos parte de que, tal vez, la estés pasando mal y no queremos eso. Te engañamos, te lastimamos, te dejamos en el peor de todos los momentos y nos hace sentir estúpidos porque a una amiga no se le hace ese tipo de cosas. —Emma tragó gordo e intentó tranquilizarse. Tenía unas ojeras tremendas, Pau sintió pena pero realmente no estaba lista para decirle que los perdonaba. No le gustaba estar sola pero, era mejor en ese momento, la soledad le estaba ayudando a pensar y le gustaba un poco.

—No estoy lista para perdonarlos, tampoco sé si puedo hacerlo.

—Está bien.

Emma se fue de la habitación dejando a Pedro, quien le había pedido un tiempo, solo con Pau. Él tenía una mirada perdida, triste, fría, ella nunca lo había visto así, la mayoría del tiempo él podía ser una persona alegre aunque, en otras podía ser un gran imbécil pero siempre encontraba alguna forma de sacarte una sonrisa poniéndose en ridículo o siendo él mismo.

—No sé si te acuerdas de aquel día en el que te dije que sentía algo por ti, espero que sí… Quería recordártelo, yo, sigo sintiendo lo mismo y si me alejé fue porque nunca me quisiste cerca y me acordé de todo lo que alguna vez te dije e hice que te lastimarás… —Metió las manos en sus bolsillos del pantalón. —Además, Sandy dijo que iba a hacerte daño si no me alejaba de ti, toda esta mierda se juntó en mi cabeza y no supe que hacer. —Se mordió el labio—Yo, pensé que si te dejaba, todo iba a estar bien pero, yo me estoy muriendo por no hablarte y tú estás sola viviendo toda esta porquería… —Caminó de un lado a otro en la habitación. Paula se paró de la cama y lo detuvo, le dijo que se tranquilizara. —Si estoy contigo, Sandy te lastimará, no quiero hacer pero tampoco quiero dejarte.
Pau hizo lo más estúpido que pasó por su mente, “Sigo sintiendo lo mismo”, tal vez ella no estaba enamorada y no mostraba ninguna señal de atracción hacia Pedro pero él era muy obvio, y decidió tranquilizarlo de esa manera. Nunca había presionado sus labios contra los de otra persona, antes. O sea, tenía nueve años y besó a un chico pero no fue nada. Ahora tenía dieciocho.

Pedro la había tomado de la cintura, pegándola a su cuerpo y Pau acunó su cara entre sus manos.

Emma entró unos minutos después, y habló con Pau. La rubia que siempre permanecía alegre, que nunca le importaba nada y que vivía el presente se largó a llorar mientras que abrazaba a un peluche de la chica enfrente suyo. Era raro saber que se turnaron para hablarle, todavía no los había perdonado pero, nunca nadie había hecho esto para intentar solucionar algo con ella. Nunca nadie le había tomado la importancia que ellos habían puesto a todo el tema del Feliz Cumpleaños y el perdón.

—Sé que soy una zorra como Sandy y lo lamento tanto, yo te aprecio porque estuviste ahí para mí, Paula. —Dijo y lamió su labio. Se limpió las lágrimas con un pañuelo. —Tal vez, no puedas perdonarme nunca y lo entiendo —respiró entrecortadamente. —pero, quiero que sepas que no importa si nos dejamos de hablar, siempre te voy a recordar porque de todas las amigas que tuve fuiste la única que me aconsejó y se preocupó por mí… Nunca nadie se había puesto en mi lugar y siempre tuve ayuda solamente de mi familia nunca de una amiga, excepto de ti.

Paula se obligó a no llorar. Quería hacerlo. Pero, no valía las lágrimas, tal vez no lloraría porque ellas no eran amigas pero, si por lo tierna que fue al decir esas palabras. Nadie nunca le dijo cosa tan linda, además de Pedro.

—Diego, te manda un saludo, dice que todo fue mentira pero, lo de que eras muy hermosa es cierto y que te tengas fe porque puedes cautivar a cualquiera… —Cerró su celular donde estaba el mensaje y lo volvió a guardar en sus pantalones de mezclilla.

Ella se paró de la cama, de nuevo, y la abrazó. Realmente extrañaba esos abrazos, esa chica había sido su salvación en aquellos meses y eso no podía olvidarlo.


Como algo malo no se olvida, las cosas buenas también permanecen en la gente, tal vez no lo hagan notar porque están dañados, lastimados por dentro que sienten que cada vez que ven pasar a la persona que los lastimó, algo se rompe de nuevo en su interior. Lo malo, siempre se va a recordar en una persona porque es la herida más grande pero lo bueno siempre fue la sonrisa más grande.
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